Tú apaciguas mis horas batalladas,
con aquella suave tristeza
que es la nobleza
de las vidas elevadas.
Y en el misterio singular de tu suerte
—grave perfume de sombría flor—
la pureza de tu amor
te da el deseo de la muerte.
Más tocantes y más unidas,
nuestras almas se hallan así.
Morir y amar, ay de mí,
qué dos cosas tan parecidas
pero de lo terrestre que me aferra,
más y más tu candor se desiguala;
que la pureza, como el ala,
tiene por condición dejar la tierra.
Mi vida es esta deliciosa tortura:
quereres más mía cuanto eres más pura.
Constante anhelo,
que me obliga, en irremediable mal,
a vivir luchando con el cielo
para que no te lleve, como es natural.
pero me has dicho, contenta de sufrir
hasta las heces tu exquisito dolor,
que la seguridad del amor
es tu única razón de no morir.
Y así, en la angustia de las dichas inciertas
es la melancolía tu irreal aroma,
oh, palpitante paloma
de alas siempre entreabiertas...