Érase una caverna de agua sombría el cielo; el trueno, a la distancia, rodaba su peñón; y una remota brisa de conturbado vuelo, se acidulaba en tenue frescura de limón.
Ante mi ventana, clara como un remanso de firmamento, la luna repleta, se puso con gorda majestad de ganso a tiro de escopeta. No tenía rifle, ni nada que fuera más o menos propio para la caza; pero un mercachifle habíame vendido un telescopio.
Las chicas del tenis, en grupos parejos, agracian de blanco la pradera verde que flora en un polen de sol, y a lo lejos en serenidades azules se pierde.