Odeleta a Colombina, de Leopoldo Lugones | Poema

    Poema en español
    Odeleta a Colombina

       I 


    A tu punzante sorna 
    de aventurera avispa, 
    la luna en loca chispa 
    de tus ojos, se torna. 

    Tu gracia superfina 
    da un insinuante tufo 
    al cefirillo bufo 
    que infla tu crinolina. 

    Arlequín mequetrefe, 
    con mano afable y luenga, 
    te subraya su arenga 
    finchado como un jefe. 

    Pierrot borracho y sucio 
    de vino y de berrinche, 
    ante el feliz compinche 
    se araña el occipucio. 

    Esbozan sus afanes 
    mímicas morondangas 
    que amplían en sus mangas 
    alados ademanes. 

    Su pantomima es queja 
    que en necio mixtifori, 
    gime, y te. llama Clori 
    plagiando una oda vieja. 

    El lúgubre jengibre 
    de su embriaguez acerba 
    pone en su muda verba 
    loas de gran calibre. 

    Como a hermana de Euterpe, 
    por musa te idolatra; 
    o te sueña Cleopatra 
    para tornarse sierpe. 

    Y su amor, poco ducho 
    del poético ripio, 
    se arde desde el principio 
    con su último cartucho. 

    En tiránica sede 
    frustra su ojo lascivo 
    tu escarpín evasivo 
    provocándole adrede. 

    O en huracán de cintas, 
    súbitamente loca, 
    con tu pintada boca 
    los pómulos le pintas; 

    (Bien que en el mismo elogio 
    de ese fugaz almagre, 
    él perciba el vinagre 
    de su martirologio). 



       II 


    Mas ya en celosa angurria 
    traba Arlequín los ojos, 
    y líricos enojos 
    te rasca en su bandurria. 

    Y el gran Polichinela, 
    rojo como una antorcha, 
    a tu salud descorcha 
    su frasco de mistela. 

    Como un hechizo corre 
    su erótico menjurje 
    y su joroba surge 
    bella como una torre, 

    que asiéndote a su cuello 
    con audacias modernas. 
    Le oprimes con tus piernas 
    como a un feliz camello. 

    Cuando el licor te raspe 
    la lengua, a tu capricho 
    la luna alzará un nicho 
    con su pálido jaspe; 

    y en amoroso indulto 
    querrás (in vino veritas) 
    que con gracias pretéritas 
    pierrot te rinda culto. 

    Pero a tu amor, en tanto, 
    polichinela inculca 
    pavores de trifulca 
    con celoso quebranto. 

    Sospechando de befa 
    la esclavitud que le unce, 
    el entrecejo frunce 
    cual lóbrega cenefa; 

    Y Arlequín, con remedos 
    de militar saínete, 
    para un lance a florete 
    se ensortija los dedos. 

    Los dos gruñen tan malos, 
    que quizá en el destozo, 
    tu mudo y blanco mozo 
    lleva tras cuernos palos. 

    Mas, tu ira les espeta 
    su mortífera pulla 
    en el grito de grulla 
    que fragua tu corneta; 

    y acabando la intriga 
    con amoroso ahínco, 
    te escapas en un brinco 
    que hace brillar tu liga. 



       III 


    para un dulce misterio 
    de aventura española, 
    de capa, estoque y viola 
    pierrot te aguarda en serio. 

    Mientras fiel al destino 
    te suspiraba en vela, 
    trocó a la luna en muela 
    del clásico molino. 

    La noche fue la tolva, 
    las estrellas el grano 
    con cuya harina, ufano 
    de su invención, se empolva. 

    Con su molino espúreo. 
    La luna, en noble hallazgo, 
    os prepara el hartazgo 
    de un almuerzo epicúreo. 

    Cuando la roa el cuarto 
    menguante, en otro esfuerzo 
    variaréis ese almuerzo 
    con un nuevo reparto. 

    En la sombra infinita 
    donde su luz se extingue, 
    la luna echará un pringue 
    vivaz, de carpa frita; 

    y amagará la hartura, 
    cuando en tomo a esa carpa, 
    trinando como un arpa 
    pulule la fritura. 

    Sólo la luna nueva 
    finge a tus ambiciones 
    las gratas tentaciones 
    que ama toda hija de Eva. 

    Mientras el novilunio 
    la cierra como a una ostra 
    tu pobre amante arrostra 
    durmiendo, su infortunio. 

    A los deberes sorda. 
    Ostenta con astucia, 
    tu petulante argucia, 
    tu pantorrilla gorda. 

    Y mientras Pierrot yace 
    como un blancuzco espárrago, 
    dile en risueño fárrago 
    su requiescat in pace. 

    Vibren tus lentejuelas, 
    vuelen tus escarpines, 
    en busca de Arlequines 
    y de Polichinelas. 

    Vuelve a correr la tuna, 
    déjate hacer la corte, 
    y pon a tu consorte 
    los cuernos... de la luna.