El pescador de sirenas, de Leopoldo Lugones | Poema

    Poema en español
    El pescador de sirenas

    Con el corazón y la cabeza 
    en incompatible matrimonio, 
    el buen pescador busca un testimonio 
    a sus frustrados sueños, en su propia tristeza. 
    Su poético desvarío, 
    dos años ha que refresca 
    en el desamparo azul del lago frío, 
    el injusto fracaso de tal pesca. 

    Es por la noche, cuando en éxtasis de blancura 
    el astro nocturno desciende macilento 
    como un témpano de luz por la hondura 
    líquida del firmamento. 

    A lo lejos canta un acueducto. 
    En consonancia con sus penas, 
    y si bien el anzuelo nunca le dá producto, 
    lo cierto es que ha visto las sirenas. 

    Bogan muy cerca de la superficie 
    blancas y fofas como enormes hongos, 
    o deformando en desconcertante molicie 
    sus cuerpos como vagos odres oblongos. 

    Surgen aquí y allá, suavemente sensuales. 
    Un sedeño vientre, un seno brusco, 
    qué bien pronto disuélvense en los hondos cristales 
    con fosfórica putrefacción de molusco. 
    Otras nadan más hondas, 
    en lenta congelación de camelias, 
    difluyendo con vagas sutilidades blondas, 
    cabelleras boreales de hipnóticas Ofelias. 
    Flotan en lo profundo como en una hamaca, 
    y la luna les pinta con su habitual ingenio, 
    bajo angustiosas órbitas de cara flaca, 
    azules párpados de proscenio. 
    Alguna que pasa 
    bajo un tembloroso suspiro de gasa, 
    con repentina oferta 
    en breve copo su cendal anuda, 
    para quedarse temblando desnuda 
    y al amoroso polen de la luna, entreabierta. 
    Sin saberse de dónde, 
    brota una gigantesca llenando el lago. 
    Pero, felizmente, luego se esconde 
    entre lactescencias de un ópalo vago. 
    Colmó la esmeralda umbría 
    de las nocturnas aguas, su anca gorda, 
    ¡Cómo el lago no desborda 
    con tan enormes damas de la mitología! 
    en cambio hay más de una, 
    cuya desnudez, en volátil anemia, 
    no es más que un poco de luna 
    en la curva de un cristal de Bohemia. 
    Y otras son finas 
    como porcelanas art nouveau para regalo; 
    con un tembloroso halo 
    que bien pronto las funde en linfas opalinas. 

    Aunque cada noche hermosa 
    las ve nadar en el agua lenta. 
    Con el alma sedienta 
    como una arena amorosa, 
    el buen pescador tiene ideas bien grises. 
    En cuanto 
    a su proyecto tan próximo al desencanto; 
    y como ha seguido el método de Ulises, 
    nunca pudo oír el hechicero canto. 

    A veces bien quisiera ser su émulo 
    y deleitarse con las anfibias sopranos, 
    pero el terror de los antiguos arcanos 
    lo paraliza en un mutismo trémulo. 

    En tanto, ¿por qué extraña carambola, 
    a pesar de tanto desvelo, 
    el constante anzuelo 
    no ha podido pescar una sola? 
    en vano lo pregunta al seto, 
    a la espuma, a las ondas tersas 
    (Como es de estilo) nunca sabrá que su secreto 
    está ¡oh, lector! en las nubes diversas. 

    «Le bastaría mirar el firmamento...» 
    sí, pero incurre en la pertinacia 
    de no mirarlo. Esta es la gracia. 
    Y también la razón de su descontento. 
    «La bola de la luna, en acto tan sencillo» 
    «Fuera a su deplorable enojo» 
    «Como pedrada en ojo» 
    «De boticario...» ¡Abominable chascarrillo 
    que le causa grima y sonrojo! 
    «Las nubes se reflejan en el agua» 
    «Es así que hay nubes sobre ese estanque; luego...» 
    sin duda que de tal modo se fragua 
    un argumento enteramente griego; 
    mas, oh lector, concéntrate en ti mismo 
    y juzga de esas penas con tu alma fuerte: 
    si fuesen capaces del silogismo 
    ¿Habría allá un pescador de tal suerte?... 

    Lo malo es que una noche de ideas más perplejas, 
    se destapa de pronto las orejas. 
    Oye, naturalmente, el canto maldito, 
    arrójase —homérida— al agua sinfónica, 
    y como dirá la crónica. 
    Pone fin a sus días sin dejar nada escrito 

    Por ello, al influjo de tan triste fortuna, 
    un llanto sublime sus mejillas tala. 
    Y su lánguido suspiro se aduna 
    al simétrico rizo que resbala 
    sobre el lago temblado suavemente de luna, 
    como un piano de cola por una leve escala.