No decía palabras, acercaba tan sólo un cuerpo interrogante, porque ignoraba que el deseo es una pregunta cuya respuesta no existe, una hoja cuya rama no existe, un mundo cuyo cielo no existe.
La angustia se abre paso entre los huesos, remonta por las venas hasta abrirse en la piel, surtidores de sueño hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.
Un roce al paso, una mirada fugaz entre las sombras, bastan para que el cuerpo se abra en dos, ávido de recibir en sí mismo otro cuerpo que sueñe; mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne, iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo. Aunque sólo sea una esperanza porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe.
Así como en la roca nunca vemos la clara flor abrirse, entre un pueblo hosco y duro no brilla hermosamente el fresco y alto ornato de la vida. Por esto te mataron, porque eras verdor en nuestra tierra árida y azul en nuestro oscuro aire.
Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos, como nace un deseo sobre torres de espanto, amenazadores barrotes, hiel descolorida, noche petrificada a fuerza de puños, ante todos, incluso el más rebelde, apto solamente en la vida sin muros.
Donde habite el olvido, en los vastos jardines sin aurora; donde yo sólo sea memoria de una piedra sepultada entre ortigas sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.