La noche por ser triste carece de fronteras. Su sombra en rebelión como la espuma, rompe los muros débiles avergonzados de blancura; noche que no puede ser otra cosa sino noche.
Acaso los amantes acuchillan estrellas, acaso la aventura apague una tristeza. Mas tú, noche, impulsada por deseos hasta la palidez del agua, aguardas siempre en pie quién sabe a cuáles ruiseñores.
Más allá se estremecen los abismos poblados de serpientes entre pluma, cabecera de enfermos no mirando otra cosa que la noche mientras cierran el aire entre los labios.
La noche, la noche deslumbrante, que junto a las esquinas retuerce sus caderas, aguardando, quién sabe, como yo, como todos.
Tan alta, sí, tan alta en revuelo sin brío, la rama el cielo prometido anhela, que ni la luz asalta este espacio sombrío ni su divina soledad desvela. Hasta el pájaro cela al absorto reposo su delgada armonía. ¿Qué trino colmaría,
Hacia el pálido aire se yergue mi deseo, fresco rumor insomne en fondo de verdura, como esbelta columna, mas truncada su gracia corona de las aguas la calma ya celeste.
Todo el ardor del día, acumulado en asfixiante vaho, el arenal despide. Sobre el azul tan claro de la noche contrasta, como imposible gotear de un agua, el helado fulgor de las estrellas, orgulloso cortejo junto a la nueva luna
Pared frontera de tu casa vivía la familia de aquel pianista, quien siempre ausente por tierras lejanas, en ciudades a cuyos nombres tu imaginación ponía un halo mágico, alguna vez regresaba por unas semanas a su país y a los suyos.