Este lugar, hostil a los oscuros
avances de la noche vencedora,
ignorado respira ante la aurora,
sordamente feliz entre sus muros.
Pereza, noche, amor, la estancia quieta
bajo una débil claridad ofrece.
El esplendor sus llamas adormece
en la lánguida atmósfera secreta.
Y la pálida lámpara vislumbra
rosas, venas de azul, grito ligero
de un contorno desnudo, prisionero
tenuemente abolido en la penumbra.
Rosas tiernas, amables a la mano
que un dulce afán impulsa estremecida,
venas de ardiente azul; toda una vida
al insensible sueño vuelta en vano.
¿Vive o es una sombra, mármol frío
en reposo inmortal, pura presencia
ofreciendo su estéril indolencia
con un claro, cruel escalofrío?
Al indeciso soplo lento oscila
el bulto langoroso; se estremece
y del seno la onda oculta crece
al labio donde nace y se aniquila.
Equívoca delicia. Esa hermosura
no rinde su abandono a ningún dueño;
camina desdeñosa por su sueño,
pisando una falaz ribera oscura.
Del obstinado amante fugitiva,
rompe los delicados, blandos lazos.
A la mortal caricia, entre los brazos,
¿Qué pureza tan súbita la esquiva?
Soledad amorosa. Ocioso yace
el cuerpo juvenil perfecto y leve.
Melancólica pausa. En triste nieve
el ardor soberano se deshace.
¿Y que esperar, amor? Sólo un hastío,
el amargor profundo, los despojos.
Llorando vanamente ven los ojos
ese entreabierto lecho torpe y frío.
Tibio blancor, jardín fugaz, ardiente,
donde el eterno fruto se tendía
y el labio alegre, dócil lo mordía
en un vasto sopor indiferente.
De aquel sueño orgulloso en su fecundo,
esplendido poder, una lejana
forma dormida queda, ausente y vana
entre la sorda soledad del mundo.
Esta insaciable, ávida amargura,
flecha contra la gloria del amante,
¿Enturbia ese sereno diamante
de la angélica noche inmóvil, pura?
Mas no. De un nuevo albor el rumbo lento
transparenta tan leve luz dudosa.
El pájaro en su rama melodiosa
alisando está el ala, el dulce acento.
Ya con rumor suave la belleza
esperada del mundo otra vez nace,
y su onda monótona deshace
este remoto dejo de tristeza.