Telarañas cuelgan de la razón en un paisaje de ceniza absorta; ha pasado el huracán de amor, ya ningún pájaro queda.
Tampoco ninguna hoja, todas van lejos, como gotas de agua de un mar cuando se seca, cuando no hay ya lágrimas bastantes, porque alguien, cruel como un día de sol en primavera, con su sola presencia ha dividido en dos un cuerpo.
Ahora hace falta recoger los trozos de prudencia, aunque siempre nos falte alguno; recoger la vida vacía y caminar esperando que lentamente se llene, si es posible, otra vez, como antes, de sueños desconocidos y deseos invisibles.
Tú nada sabes de ello, tú estás allá, cruel como el día; el día, esa luz que abraza estrechamente un triste muro, un muro, ¿no comprendes?, un muro frente al cuál estoy sólo.
Tan alta, sí, tan alta en revuelo sin brío, la rama el cielo prometido anhela, que ni la luz asalta este espacio sombrío ni su divina soledad desvela. Hasta el pájaro cela al absorto reposo su delgada armonía. ¿Qué trino colmaría,
Hacia el pálido aire se yergue mi deseo, fresco rumor insomne en fondo de verdura, como esbelta columna, mas truncada su gracia corona de las aguas la calma ya celeste.
Todo el ardor del día, acumulado en asfixiante vaho, el arenal despide. Sobre el azul tan claro de la noche contrasta, como imposible gotear de un agua, el helado fulgor de las estrellas, orgulloso cortejo junto a la nueva luna
Pared frontera de tu casa vivía la familia de aquel pianista, quien siempre ausente por tierras lejanas, en ciudades a cuyos nombres tu imaginación ponía un halo mágico, alguna vez regresaba por unas semanas a su país y a los suyos.