Te lo he dicho con el viento, jugueteando como animalillo en la arena o iracundo como órgano impetuoso;
Te lo he dicho con el sol, que dora desnudos cuerpos juveniles y sonríe en todas las cosas inocentes;
Te lo he dicho con las nubes, frentes melancólicas que sostienen el cielo, tristezas fugitivas;
Te lo he dicho con las plantas, leves criaturas transparentes que se cubren de rubor repentino;
Te lo he dicho con el agua, vida luminosa que vela un fondo de sombra; te lo he dicho con el miedo, te lo he dicho con la alegría, con el hastío, con las terribles palabras.
Pero así no me basta: más allá de la vida, quiero decírtelo con la muerte; más allá del amor, quiero decírtelo con el olvido.
Tan alta, sí, tan alta en revuelo sin brío, la rama el cielo prometido anhela, que ni la luz asalta este espacio sombrío ni su divina soledad desvela. Hasta el pájaro cela al absorto reposo su delgada armonía. ¿Qué trino colmaría,
Hacia el pálido aire se yergue mi deseo, fresco rumor insomne en fondo de verdura, como esbelta columna, mas truncada su gracia corona de las aguas la calma ya celeste.
Todo el ardor del día, acumulado en asfixiante vaho, el arenal despide. Sobre el azul tan claro de la noche contrasta, como imposible gotear de un agua, el helado fulgor de las estrellas, orgulloso cortejo junto a la nueva luna
Pared frontera de tu casa vivía la familia de aquel pianista, quien siempre ausente por tierras lejanas, en ciudades a cuyos nombres tu imaginación ponía un halo mágico, alguna vez regresaba por unas semanas a su país y a los suyos.