No hace falta nombrarle cuando avanza el otoño: sus grandes nubes bajas, sus cielos y horizontes húmedos, en tardanza labradora, los plátanos cobrizos de las calles, los charcos en el suelo y las mal trajeadas mujeres del tranvía.
No hace falta nombrarle. Aunque el campo esté lejos, sus grandes nubes bajas nos traen los paisajes anchos, vividos, nuestros, nuestra diaria vereda de aislamiento amoroso. Rocas de musgo y alba junto al crecido arroyo. Encinares quebrándose mansamente hacia el río. Los negrillos. Los finos dibujos de los surcos. La tapia y los frutales del huerto, donde flota matinal en la niebla la oración de las monjas. Los trenes y sus largos silbidos. No hace falta nombrarle. Está en el mundo.
«Cuando mi pensamiento va hacia ti se perfuma.» Rubén Darío
Recibo y agradezco tu espuela de inquietud y tu deslumbramiento, tu racha de criatura que sustituye a Dios suficiente y cercana. Tal vez buscabas a tientas, con ojeras pasivas y cautivas,
Tú estás en ese taxi parado, sí, eres Tú -un bulto en el crepúsculo- junto al bordillo blanco donde se acaba el campo de enfrente o descampado. Lo sé, aunque no te he visto (y aunque dentro del taxi