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  • La fiesta nacional, de Manuel Machado | Poema

La fiesta nacional, de Manuel Machado | Poema

  • Poesía Recitada -Tomás Galindo-
  • Poema en español(solapa activa)
Poema en español
La fiesta nacional

   I 


Una nota de clarín 
desgarrada, 
penetrante, 
rompe el aire con vibrante 
puñalada. 

Ronco toque de timbal. 
Salta el toro 
en la arena. Bufa, ruge... 
Roto cruje 
un capote de percal. 
Acomete rebramando, 
derribando 
a caballo y caballero. 
Da principio el primero 
espectáculo español. 

La hermosa fiesta bravía 
de terror y de alegría 
de este viejo pueblo fiero... 
Oro, seda, sangre y sol. 



   II 


En los vuelos del capote, 
con el toro que va y viene, 
juega, al estilo andaluz, 
en una clásica suerte, 
complicada con la muerte 
y chorreada de luz... 
Elegante 
y valiente, 
y con una seriedad 
conveniente, 
va burlando 
la feroz acometida 
y jugando 
con la vida 
ágilmente. 



   III 


Un montón 
de correas y de astillas, 
y de carne palpitante 
y sangrante... 
Un fracaso de costillas 
con estruendo... 
Correajes perforados 
y hebillajes 
destrozados... 
Sangre en tierra... 
Polvo, un grito... ¡Una ovación! 
Sobre la arena, roja 
de sol y sangre, en confusión de rotos 
arreos y correas, 
derribados se agitan entre el polvo 
caballo y picador... Y al palpitante 
montón convulso el toro 
asesta, rebramando, 
el duro cuerno hasta la cepa rojo. 

...Y encuentra en el camino 
nada..., la orla de un capote, sólo 
una figura esbelta que se esquiva 
jugando con su enojo... 
Que se esquiva elegante, 
dejando desde el hombro 
pender la rica seda... Y paso a paso 
la sigue ciego, absorto, 
hasta parar rendido, 
el duro cuerno hasta la cepa rojo. 

Y la paz es un charco 
de sangre mala y negra 
y aquellos dientes fríos y amarillos... 
Un azadón, un esportón de tierra 
y aquel montón de arreos 
que, como cosa muerta, 
junto del jaco muerto 
están sobre la arena. 



   IV 


Agil, solo, alegre, 
sin perder la línea 
-sin más que la gracia 
contra la ira- 
andando, 
marcando, 
ritmando 
un viaje especial de esbeltez y osadía... 
llega, cuadra, para 
-los brazos alzando-, 
y, allá por encima 
de las astas, que buscan el pecho, 
las dos banderillas, 
milagrosamente 
clavando..., se esquiva 
ágil, solo, alegre, 
¡sin perder la línea! 



   V 


Veinte mil corazones 
laten en un silencio 
claro y caliente. Brindis... 
Suenan con golpe seco 
las banderillas mustias 
en el lomo del toro, y a su cuello 
la roja sangre tibia 
hace un 'foulard' soberbio. 

De un lado, por debajo 
del rojo trapo en que su furia engríe, 
el toro surge, alzando 
remolinos de arena. 
De otro lado sonríe una cara morena. 

O bien, en los tres tiempos 
del pase natural, tendiendo el brazo 
guarnecido de oro, 
la clásica elegancia 
con seriedad ejerce y arrogancia. 

¡Fué, pudo ser! Los alamares de oro 
rozaron con el asta ensangrentada. 
En la arena tendido, yace el toro, 
y de pie, sonriendo, está el espada. 
Veinte mil voces -una- gritan locas. 
La inesperada acometida ha hecho 
del elegante paso 
un revuelo confuso..., y allá junto 
de la barrera hay algo 
indiscernible... Enfrente 
se ven rostros de espanto... 
Y, entre manchas de grana 
y reflejos metálicos, 
el toro, revolviéndose, 
alza en los cuernos un pelele trágico. 



   VI 


Y suena esa divina musiquilla 
de La Giralda, que es toda Sevilla, 
y es torera y graciosa y animada. 
Y habla de la mujer enamorada 
que nos espera... Y nombra 
naranjos y azahares, 
y la caña olorosa, 
y una alegría rítmica en cantares, 
y una tristeza vaga y lujuriosa... 

Los látigos chasquean, 
agitan las mulillas 
en su carrera locas campanillas, 
y mientras que se orean 
las frentes sudorosas 
y en el pecho golpean 
los corazones, suena 
la música torera y sevillana, 
y, dejando en la arena 
un surco negro y grana, 
pasa arrastrado el toro... 
Lleva en el fuerte cuerno 
un hilillo de oro. 



················ 



Después, como de un tajo, 
la música, la luz y la algazara 
cesan en un momento 
contra compás... De un golpe el movimiento 
se desvanece y para. 



   VII 


El gran suspiro que es la tarde crece 
como de un pecho inmenso. Palidece 
el sol. Y, terminada 
la fiesta de oro y rojo, a la mirada 
queda sólo... un eco 
de amarillo seco 
y sangre cuajada.

Manuel Machado
  • Encajes, de Manuel Machado | Poema

    Manuel Machado

    Alma son de mis cantares, 
    tus hechizos... 
    Besos, besos 
    a millares. Y en tus rizos, 
    besos, besos a millares. 
    ¡Siempre amores! ¡Nunca amor! 

  • Ausencia, de Manuel Machado | Poema

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    No tienes quien te bese 
    tus labios de grana, 
    Ni quien tu cintura elástica estreche, 
    dice tu mirada. 

    No tienes quien hunda 
    Las manos amantes 
    en tu pelo hermoso, y a tus ojos negros 
    no se asoma nadie. 

  • Antífona, de Manuel Machado | Poema

    Manuel Machado

    Ven, reina de los besos, flor de la orgía, 
    amante sin amores, sonrisa loca... 
    Ven, que yo sé la pena de tu alegría 
    y el rezo de amargura que hay en tu boca. 

  • Figulinas, de Manuel Machado | Poema

    Manuel Machado

    ¡Qué bonita es la princesa! 
    ¡qué traviesa! 
    ¡qué bonita 
    la princesa pequeñita 
    de los cuadros de Watteau! 
    Yo la miro, ¡yo la admiro, 
    yo la adoro! 
    Si suspira, yo suspiro; 
    si ella llora, también lloro; 
    si ella ríe, río yo. 

  • Ars moriendi, de Manuel Machado | Poema

    Manuel Machado

       I 


    Morir es... Una flor hay, en el sueño 
    -que, al despertar, no está ya en nuestras manos-, 
    de aromas y colores imposibles... 
    Y un día sin aurora la cortamos. 



       II 

  • Sé buena, de Manuel Machado | Poema

    Manuel Machado

       I 

  • Yo, poeta decadente, de Manuel Machado | Poema

    Manuel Machado

    Yo, poeta decadente, 
    español del siglo veinte, 
    que los toros he elogiado, 
    y cantado 
    las golfas y el aguardiente..., 
    y la noche de Madrid, 
    y los rincones impuros, 
    y los vicios más oscuros 
    de estos bisnietos del Cid: 
    de tanta canallería 

  • Regreso, de Manuel Machado | Poema

    Manuel Machado

    Largas tardes campestres; 
    alamedas rosadas; 
    aire delgado que el aroma apenas 
    sostiene de la acacia; 
    huerto, pinar... Llanuras de oro viejo, 
    azul de la montaña... 
    Esquilas del arambre 
    y balido, sin fin, de la majada, 
    en el silencio claro... 

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