Oh, quédate siempre conmigo,
¡Sabes que te quiero tanto!
Todas tus añoranzas
Solo yo sé escuchar;
En la sombra de la oscuridad
Te asemejo a un príncipe,
Que mira profundamente en las aguas
Con ojos negros y sabios;
Soy la plegaria que cruza
este mundo donde nada es mío:
soy la paloma en el cielo,
amor, por donde te voy buscando.
Rozando la ruta fecunda,
espigando la vida a cada paso,
he ganado los dos flancos del mundo,
Pendiente del soplo divino.
Ese soplo depuró la ternura
que fluía de mi canto herido
y vertió su santo entusiasmo
sobre el pobre y sobre el cautivo.
Y heme aquí, sigo alabando
mi única posesión, el recuerdo,
recorriendo, de aurora en aurora
el interminable porvenir.
Voy al desierto lleno de agua viva
a lavar las alas de mi corazón,
pues sé que hay otras orillas
para aquellos que os buscan, ¡Señor!
allí veré subir las falanges
de los pueblos que el hambre ha aniquilado,
y veré cómo regresan los ángeles,
desterrados, pero más tarde invocados»
Dejadme pasar, soy madre;
al hado volveré a pedirle
los dulces frutos de una flor amarga,
mis hijos, que la muerte me ha robado.
Creador de sus jóvenes encantos,
vos, que contáis los gritos fervientes,
os daré tantas lágrimas
¡Que me devolveréis a mis hijos!
Oh, quédate siempre conmigo,
¡Sabes que te quiero tanto!
Todas tus añoranzas
Solo yo sé escuchar;
En la sombra de la oscuridad
Te asemejo a un príncipe,
Que mira profundamente en las aguas
Con ojos negros y sabios;
¡El infierno está aquí! El otro no me asusta.
Empero, el purgatorio mi corazón disgusta.
De él me han hablado mucho y su nombre funesto
en mi corazón débil ha encontrado su puesto.
Cuando la ola de días va agostando mi flor,
¡El infierno está aquí! El otro no me asusta.
Empero, el purgatorio mi corazón disgusta.
De él me han hablado mucho y su nombre funesto
en mi corazón débil ha encontrado su puesto.
Cuando la ola de días va agostando mi flor,
Soy la plegaria que cruza
este mundo donde nada es mío:
soy la paloma en el cielo,
amor, por donde te voy buscando.
Rozando la ruta fecunda,
espigando la vida a cada paso,
he ganado los dos flancos del mundo,
Pendiente del soplo divino.
Te escribo, aunque ya sé que ninguna mujer
debe escribir;
lo hago, para que lejos en mi alma puedas leer
cómo al partir.
No he de trazar un signo que en ti mejor grabado
no exista ya.
De quien se ama, el vocablo cien veces pronunciado
nuevo será.