¡El infierno está aquí! El otro no me asusta, de Marceline Desbordes-Valmore | Poema

    Poema en español
    ¡El infierno está aquí! El otro no me asusta

    ¡El infierno está aquí! El otro no me asusta. 
    Empero, el purgatorio mi corazón disgusta. 
    De él me han hablado mucho y su nombre funesto 
    en mi corazón débil ha encontrado su puesto. 
    Cuando la ola de días va agostando mi flor, 
    el purgatorio veo al perder el color. 
    ¡Si es cierto lo que dicen, es preciso ir allí, 
    Dios de toda existencia, para llegar a ti! 
    Allí habrá que bajar, sin más luna ni luz 
    que el peso del temor y del amor la cruz. 
    Para oír cómo gimen las almas condenadas 
    sin poderles decir '¡Estáis ya perdonadas!' 
    ¡Dolor de los dolores; no poder agotar 
    los sollozos que intentan por doquiera brotar! 
    De noche tropezar en celdas intranquilas 
    que ningún alba tiñe con sus claras pupilas. 
    Ni poder decir al Señor incomprendido: 
    '¡Ay, Salvador de mi alma!, ¿es que aún no has venido?' 
    Me escondo; tengo miedo de tener miedo y frío, 
    como el ave caída teme por su albedrío. 
    A un recuerdo mis brazos vuelvo a abrir tristemente, 
    y mi alma más cercana el purgatorio siente. 
    Sueño que estoy en él, tras la muerte llevada, 
    como una esclava indócil, al fin de la jornada, 
    cubriendo con las manos el semblante abatido, 
    pisando el corazón, por tierra malherido. 
    Allí voy; precediéndome, mi llegada proclamo 
    y no oso desear nada de lo que amo. 
    Y este corazón mío no tendrá más dulzura 
    que los lejanos ecos de su antigua ventura. 
    Cielos, ¿adónde iré 
    sin pies para huir? 
    ¿Adónde llamaré 
    sin llave para abrir? 
    Mientras el fallo eterno rechace mi plegaria 
    no arderá ante mis ojos ninguna luminaria. 
    No he de ver más escenas mundanas y horrorosas 
    que abatan mis humildes miradas dolorosas. 
    ¡No gozaré del sol! ¿Por qué?... La luz querida 
    para el mal en la tierra, empero, está encendida. 
    Ve el culpable que a la horca su delito conduce 
    el saludo del orbe que se divierte y luce. 
    ¡En los aires no hay pájaros! ¡No hay fuego en el hogar! 
    ¡Y ni un Ave María reza el aura al pasar! 
    Para el junco del lago no hay un soplo viviente 
    ni aire para que exista un átomo viviente. 
    Ni el zumo de las frutas que ofrecen su frescura 
    al ingrato, tendré en mi sed y calentura. 
    Del corazón ausente que me hará padecer 
    acumularé el llanto que no puedo verter. 
    Cielos, ¿adónde iré 
    sin pies para huir? 
    ¿Adónde llamaré 
    sin llave para abrir? 
    ¡No más recuerdos de esos que me embargan de llanto 
    tan vivos, que viviera yo siempre de su encanto! 
    ¡No más familia dulce, sentada en el umbral 
    que bendice cantando el sueño patriarcal! 
    ¡Ni más voz adorada, cuya gracia invencible 
    hasta la Nada absurda tornaría sensible! 
    No más libros divinos desde el cielo exfoliados, 
    conciertos para el alma por la vista escuchados. 
    Y no osando morir tampoco oso vivir 
    ni buscar en la muerte quién me ha de redimir. 
    ¿Por qué hay sobre las cunas, padres, la flor de un hijo 
    si al árbol y al arbusto siempre el cielo maldijo? 
    Cielos, ¿adónde iré 
    sin pies para huir? 
    ¿Adónde llamaré 
    sin llave para abrir? 
    ¡Bajo la cruz se inclina el alma prosternada, 
    del dolor de nacer con morir castigada! 
    Mas no tengo en la muerte si me siento expirar 
    ni una lejana voz que aconseje esperar. 
    ¡Si en el cielo apagado alguna estrella pálida 
    esta melancolía besara con luz cálida! 
    ¡Si bajo las sombrías bóvedas del horror 
    viera cómo me ven dos ojos con amor! 
    ¡Ay, sería mi madre, intrépida y bendita, 
    que bajaría a ver a su hija precita! 
    ¡Sí; mi madre podría al Dios justo ablandar 
    y ella me sacaría del horrible lugar! 
    De la esperanza joven alzara el fuerte viento 
    al fruto derribado por tanto sufrimiento. 
    Sentiría sus brazos, dulces, fuertes y hermosos, 
    arrastrarme, abrazada con ímpetus briosos. 
    El aire auxiliaría a mis alas nacientes 
    como a las golondrinas libres e independientes. 
    Huiría para siempre, pues mi madre al partir 
    viva me llevaría hacia lo porvenir. 
    Mas antes de pasar las mortales fronteras 
    otras almas quisiéramos tener por compañeras. 
    Y en aquel campo fúnebre en que dejaba flores 
    y el aroma que exhalan los llantos de dolores 
    caeríamos, solícitas, entusiastas y ardientes, 
    gritando '¡Acompañadnos!' a las almas dolientes. 
    '¿Venís hacia el estío en que ha de retoñar 
    el amor en que no hay que morir ni llorar? 
    ¡Con Dios y sus palomas venid en santos vuelos! 
    ¡Dejad vuestros sudarios; no hay tumbas en los cielos! 
    ¡El sepulcro está roto por la eterna pasión! 
    ¡Mi madre nos concibe en la eterna mansión!'