Son seres grises, inequívocamente masculinos, que lo mismo me envían algún ramo de rosas con cuatro plenilunios de retraso, que intentan sorprenderme al llegar en su lata (léase coche) último modelo donde se sienten mágicos.
Seres brillantes, portadores de un agua de colonia que anuncia su presencia con cuatro primaveras de adelanto; hombres al natural, de calle y riesgo, que buscan evadirse llevándome a cenar. Puedo ingerirlos antes de que caduquen, pero se me indigestan media hora después, y no merece la pena estropear esa velada.
Madre Naturaleza, los pones a mi alcance, y agradezco tus sabias intenciones. Pero yo siempre he sido inequívocamente femenina, y declaro ante ti que cada vez es mayor la distancia que nos une.
El hombre que resiste es menos infeliz, acusa poco la llegada del mal a sus dominios, ignorando si hay viento de levante o poniente, o si en sus tentaciones ha crecido la hierba. Cuántas veces el cuerpo está llagado
Son seres grises, inequívocamente masculinos, que lo mismo me envían algún ramo de rosas con cuatro plenilunios de retraso, que intentan sorprenderme al llegar en su lata (léase coche) último modelo donde se sienten mágicos.
Nadie te ha dado nada, tú lo sabes. Y lo entiendes mejor cada mañana cuando abres tu vacío a los primeros rayos del sol. Entonces agradeces tener por toda herencia tus sentidos para ese instante alado de gorriones que te hace despertar, para ese aroma