Bajo la flor, la rama sobre la flor, la estrella bajo la estrella, el viento; ¿Y más allá? Más allá ¿no recuerdas?, sólo la nada la nada, óyelo bien, mi alma, duérmete, aduérmete en la nada. Si pudiera, pero hundirme.
Bajo la flor, la rama…
Ceniza de aquel fuego, oquedad, agua espesa y amarga, el llanto hecho sudor la sangre que en su huida se lleva la palabra y la carga vacía de un corazón sin marcha.
Bajo la flor, la rama…
De verdad ¿es que no hay nada? Hay la nada. La nada, óyelo bien, mi alma. duérmete, aduérmete en la nada. Y que no lo recuerdes. Era tu gloria.
Bajo la flor, la rama…
Más allá del recuerdo, en el olvido, escucha en el soplo de tu aliento. Mira en tu pupila misma dentro en ese fuego que te abrasa, luz y agua.
Bajo la flor, la rama…
Mas no puedo, no puedo. Ojos y oídos son ventanas. Perdido entre mí mismo no puedo buscar nada no llego hasta la Nada.
Bajo la flor, la rama sobre la flor, la estrella bajo la estrella, el viento ¿Y más allá? Más allá ¿no recuerdas?, sólo la nada.
Que todo se apacigüe como una luz de aceite. Como la mar si sonríe, como tu rostro si de pronto olvidas. Olvida porque yo he olvidado ya todo. Nada sé. Cerca de ti nada sé. Nada sé bajo tu sombra amarilla simiente del árbol del olvido.
Bajo la flor, la rama sobre la flor, la estrella bajo la estrella, el viento; ¿Y más allá? Más allá ¿no recuerdas?, sólo la nada la nada, óyelo bien, mi alma, duérmete, aduérmete en la nada. Si pudiera, pero hundirme.
Comencé a cantar entre dientes por obedecer en la oscuridad absoluta que no había hasta entonces conocido, la vieja canción del agua todavía no nacida, confundida con el gemido de la que nace; el gemido de la madre que da a luz una y otra vez para acabar de nacer ella misma, entremezclado con el