Que todo se apacigüe como una luz de aceite. Como la mar si sonríe, como tu rostro si de pronto olvidas. Olvida porque yo he olvidado ya todo. Nada sé. Cerca de ti nada sé. Nada sé bajo tu sombra amarilla simiente del árbol del olvido. Y todo volverá a ser como antes. Antes, cuando ni tú ni yo habíamos nacido. Pero ¿nacimos acaso?… O tal vez, no, todavía no. Nada, todavía nada. Nunca nada. Somos presente sin pensamientos. Labios sin suspiros, mar sin horizontes, como una luz de aceite se ha extendido el olvido.
Que todo se apacigüe como una luz de aceite. Como la mar si sonríe, como tu rostro si de pronto olvidas. Olvida porque yo he olvidado ya todo. Nada sé. Cerca de ti nada sé. Nada sé bajo tu sombra amarilla simiente del árbol del olvido.
Bajo la flor, la rama sobre la flor, la estrella bajo la estrella, el viento; ¿Y más allá? Más allá ¿no recuerdas?, sólo la nada la nada, óyelo bien, mi alma, duérmete, aduérmete en la nada. Si pudiera, pero hundirme.
Comencé a cantar entre dientes por obedecer en la oscuridad absoluta que no había hasta entonces conocido, la vieja canción del agua todavía no nacida, confundida con el gemido de la que nace; el gemido de la madre que da a luz una y otra vez para acabar de nacer ella misma, entremezclado con el