Carta, de Miguel Hernández | Poema

    Poema en español
    Carta

    El palomar de las cartas 
    abre su imposible vuelo 
    desde las trémulas mesas 
    donde se apoya el recuerdo, 
    la gravedad de la ausencia, 
    el corazón, el silencio. 

    Oigo un latido de cartas 
    navegando hacia su centro. 

    Donde voy, con las mujeres 
    y con los hombres me encuentro, 
    malheridos por la ausencia 
    desgastados por el tiempo. 

    Cartas, relaciones, cartas: 
    tarjetas postales, sueños, 
    fragmentos de la ternura, 
    proyectados en el cielo, 
    lanzados de sangre a sangre 
    y de deseo a deseo. 

    Aunque bajo la tierra 
    mi amante cuerpo esté, 
    escríbeme a la tierra, 
    que yo te escribiré. 

    En un rincón enmudecen 
    cartas viejas, sobres viejos, 
    con el color de la edad 
    sobre la escritura puesto. 
    Allí perecen las cartas 
    llenas de estremecimientos. 
    Allí agoniza la tinta 
    y desfallecen los pliegos, 
    y el papel se agujerea 
    como un breve cementerio 
    de las pasiones de antes, 
    de los amores de luego. 

    Aunque bajo la tierra 
    mi amante cuerpo esté, 
    escríbeme a la tierra, 
    que yo te escribiré. 

    Cuando te voy a escribir 
    se emocionan los tinteros: 
    los negros tinteros fríos 
    se ponen rojos y trémulos, 
    y un claro calor humano 
    sube desde el fondo negro. 

    Cuando te voy a escribir, 
    te van a escribir mis huesos: 
    te escribo con la imborrable 
    tinta de mi sentimiento. 

    Allá va mi carta cálida, 
    paloma forjada al fuego, 
    con las dos alas plegadas 
    y la dirección en medio. 
    Ave que sólo persigue, 
    para nido y aire y cielo, 
    carne, manos, ojos tuyos, 
    y el espacio de tu aliento. 

    Y te quedarás desnuda 
    dentro de tus sentimientos, 
    sin ropa, para sentirla 
    del todo contra tu pecho. 

    Aunque bajo la tierra 
    mi amante cuerpo esté, 
    escríbeme a la tierra, 
    que yo te escribiré. 

    Ayer se quedó una carta 
    abandonada y sin dueño, 
    volando sobre los ojos 
    de alguien que perdió su cuerpo. 

    Cartas que se quedan vivas 
    hablando para los muertos: 
    papel anhelante, humano, 
    sin ojos que puedan serlo. 

    Mientras los colmillos crecen, 
    cada vez más cerca siento 
    la leve voz de tu carta 
    igual que un clamor inmenso. 
    La recibiré dormido, 
    si no es posible despierto. 
    Y mis heridas serán 
    los derramados tinteros, 
    las bocas estremecidas 
    de rememorar tus besos, 
    y con su inaudita voz 
    han de repetir: te quiero.

    banner cuadrado de Audible
    banner horizontal de Audible