El niño yuntero, de Miguel Hernández | Poema

    Poema en español
    El niño yuntero

    Carne de yugo, ha nacido 
    más humillado que bello, 
    con el cuello perseguido 
    por el yugo para el cuello. 

    Nace, como la herramienta, 
    a los golpes destinado, 
    de una tierra descontenta 
    y un insatisfecho arado. 

    Entre estiércol puro y vivo 
    de vacas, trae a la vida 
    un alma color de olivo 
    vieja ya y encallecida. 

    Empieza a vivir, y empieza 
    a morir de punta a punta 
    levantando la corteza 
    de su madre con la yunta. 

    Empieza a sentir, y siente 
    la vida como una guerra, 
    y a dar fatigosamente 
    en los huesos de la tierra. 

    Contar sus años no sabe, 
    y ya sabe que el sudor 
    es una corona grave 
    de sal para el labrador. 

    Trabaja, y mientras trabaja 
    masculinamente serio, 
    se unge de lluvia y se alhaja 
    de carne de cementerio. 

    A fuerza de golpes, fuerte, 
    y a fuerza de sol, bruñido, 
    con una ambición de muerte 
    despedaza un pan reñido. 

    Cada nuevo día es 
    más raíz, menos criatura, 
    que escucha bajo sus pies 
    la voz de la sepultura. 

    Y como raíz se hunde 
    en la tierra lentamente 
    para que la tierra inunde 
    de paz y panes su frente. 

    Me duele este niño hambriento 
    como una grandiosa espina, 
    y su vivir ceniciento 
    revuelve mi alma de encina. 

    Lo veo arar los rastrojos, 
    y devorar un mendrugo, 
    y declarar con los ojos 
    que por qué es carne de yugo. 

    Me da su arado en el pecho, 
    y su vida en la garganta, 
    y sufro viendo el barbecho 
    tan grande bajo su planta. 

    ¿Quién salvará este chiquillo 
    menor que un grano de avena? 
    ¿De dónde saldrá el martillo 
    verdugo de esta cadena? 

    Que salga del corazón 
    de los hombre jornaleros, 
    que antes de ser hombres son 
    y han sido niños yunteros.