Sentado sobre los muertos 
que se han callado en dos meses, 
beso zapatos vacíos 
y empuño rabiosamente 
la mano del corazón 
y el alma que lo sostiene. 
Que mi voz suba a los montes 
y baje a la tierra y truene, 
eso pide mi garganta 
desde ahora y desde siempre. 
Acércate a mi clamor, 
pueblo de mi misma leche, 
árbol que con tus raíces 
encarcelado me tienes, 
que aquí estoy yo para amarte 
y estoy para defenderte 
con la sangre y con la boca 
como dos fusiles fieles. 
Si yo salí de la tierra, 
si yo he nacido de un vientre 
desdichado y con pobreza, 
no fue sino para hacerme 
ruiseñor de las desdichas, 
eco de la mala suerte, 
y cantar y repetir 
a quien escucharme debe 
cuanto a penas, cuanto a pobres, 
cuanto a tierra se refiere. 
Ayer amaneció el pueblo 
desnudo y sin qué comer, 
y el día de hoy amanece 
justamente aborrascado 
y sangriento justamente. 
En su mano los fusiles 
leones quieren volverse: 
para acabar con las fieras 
que lo han sido tantas veces. 
Aunque le faltan las armas, 
pueblo de cien mil poderes, 
no desfallezcan tus huesos, 
castiga a quien te malhiere 
mientras que te queden puños, 
uñas, saliva, y te queden 
corazón, entrañas, tripas, 
cosas de varón y dientes. 
Bravo como el viento bravo, 
leve como el aire leve, 
asesina al que asesina, 
aborrece al que aborrece 
la paz de tu corazón 
y el vientre de tus mujeres. 
No te hieran por la espalda, 
vive cara a cara y muere 
con el pecho ante las balas, 
ancho como las paredes. 
Canto con la voz de luto, 
pueblo de mí, por tus héroes: 
tus ansias como las mías, 
tus desventuras que tienen 
del mismo metal el llanto, 
las penas del mismo temple, 
y de la misma madera 
tu pensamiento y mi frente, 
tu corazón y mi sangre, 
tu dolor y mis laureles. 
Antemuro de la nada 
esta vida me parece. 
Aquí estoy para vivir 
mientras el alma me suene, 
y aquí estoy para morir, 
cuando la hora me llegue, 
en los veneros del pueblo 
desde ahora y desde siempre. 
Varios tragos es la vida 
y un solo trago es la muerte.