Vientos del pueblo, de Miguel Hernández | Poema

    Poema en español
    Vientos del pueblo

    Vientos del pueblo me llevan, 
    vientos del pueblo me arrastran, 
    me esparcen el corazón 
    y me aventan la garganta. 

    Los bueyes doblan la frente, 
    impotentemente mansa, 
    delante de los castigos: 
    los leones la levantan 
    y al mismo tiempo castigan 
    con su clamorosa zarpa. 

    No soy de un pueblo de bueyes, 
    que soy de un pueblo que embargan 
    yacimientos de leones, 
    desfiladeros de águilas 
    y cordilleras de toros 
    con el orgullo en el asta. 
    Nunca medraron los bueyes 
    en los páramos de España. 
    ¿Quién habló de echar un yugo 
    sobre el cuello de esta raza? 
    ¿Quién ha puesto al huracán 
    jamás ni yugos ni trabas, 
    ni quién al rayo detuvo 
    prisionero en una jaula? 

    Asturianos de braveza, 
    vascos de piedra blindada, 
    valencianos de alegría 
    y castellanos de alma, 
    labrados como la tierra 
    y airosos como las alas; 
    andaluces de relámpagos, 
    nacidos entre guitarras 
    y forjados en los yunques 
    torrenciales de las lágrimas; 
    extremeños de centeno, 
    gallegos de lluvia y calma, 
    catalanes de firmeza, 
    aragoneses de casta, 
    murcianos de dinamita 
    frutalmente propagada, 
    leoneses, navarros, dueños 
    del hambre, el sudor y el hacha, 
    reyes de la minería, 
    señores de la labranza, 
    hombres que entre las raíces, 
    como raíces gallardas, 
    vais de la vida a la muerte, 
    vais de la nada a la nada: 
    yugos os quieren poner 
    gentes de la hierba mala, 
    yugos que habéis de dejar 
    rotos sobre sus espaldas. 
    Crepúsculo de los bueyes 
    está despuntando el alba. 

    Los bueyes mueren vestidos 
    de humildad y olor de cuadra: 
    las águilas, los leones 
    y los toros de arrogancia, 
    y detrás de ellos, el cielo 
    ni se enturbia ni se acaba. 
    La agonía de los bueyes 
    tiene pequeña la cara, 
    la del animal varón 
    toda la creación agranda. 

    Si me muero, que me muera 
    con la cabeza muy alta. 
    Muerto y veinte veces muerto, 
    la boca contra la grama, 
    tendré apretados los dientes 
    y decidida la barba. 

    Cantando espero a la muerte, 
    que hay ruiseñores que cantan 
    encima de los fusiles 
    y en medio de las batallas.