Bajo la noche tropical, el puerto.
El agua lame la inocente orilla
y el faro insulta al malecón desierto.
¡Qué calma tan robusta y tan sencilla!
Pero sobre los muelles solitarios
flota una tormentosa pesadilla.
Pena de cementerios y de osarios,
que enseña. en pizarrones angustiosos
como un mismo dolor se parte en varios.
Es que aquí están los gritos silenciosos
y el sudor hecho vidrio; Ias tremendas
horas de muchos hombres musculosos
y débiles, sujetos por las riendas
como potros. Voluntades en freno,
y las heridas pálidas sin vendas.
La gran quietud se agita. En este seno
de paz se mueve y anda un grupo enorme
que come el pan untándolo en veneno.
Ellos duermen ahora en el informe
lecho, sin descansar. Sueñan acaso,
y aquí estalla el espíritu inconforme
que al alba dura tragará su vaso
de sangre diaria en el cuartón oscuro,
y a estrecho ritmo ha de ajustar el paso.
¡Oh puño fuerte, elemental y puro!
¿Quién te sujeta el ademán abierto?
Nadie responde en el dolor del puerto.
El faro grita sobre el mar oscuro.
Sobre la quemadura de la amapola
aplícate jazmines, que eso la cura;
si acaso fuese grave la quemadura
usarás la camelia, pero una sola.
El alma vuela y vuela
buscándote a lo lejos,
Rosa tú, melancólica
rosa de mi recuerdo.
Cuando la madrugada
va el campo humedeciendo,
y el día es como un niño
que despierta en el cielo,
Rosa tú, melancólica,
ojos de sombra llenos,
Olas de gordo aceite son mis días:
pasan tan lentamente que no pasan.
Los hombres a mi lado miran, pasan,
lentos también como mis lentos días.
Yo soy borracho. Me seduce el vino
luminoso y azul de la Quimera
que pone una explosión de Primavera
sobre mi corazón y mi destino.
¡De qué callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si fuera
la primavera!
(Yo, muriendo.)
Y de qué modo sutil
me derramó en la camisa
todas las flores de abril.
... ¿Puedes venderme el aire que pasa entre tus dedos
y te golpea la cara y te despeina?
¿Tal vez podrías venderme cinco pesos de viento,
o más, quizás venderme una tormenta?
¿Acaso el aire fino
me venderías, el aire
(no todo) que recorre
La tarde abandonada gime deshecha en lluvia.
Del cielo caen recuerdos y entran por la ventana.
Duros suspiros rotos, quimeras lastimadas.
Lentamente va viniendo tu cuerpo.
Llegan tus manos en su órbita
de aguardiente de caña;
¿Te hablaron ya de Río,
del Pan, del Corcovado
y el sanguinario estío?
¿Te han hablado?
De la boite encendida
y el salón apagado,
del verdor de la vida,
¿te han hablado?