Una cosa sólo ha buscado el hombre en todo tiempo, y lo ha hecho en todas partes, en las cimas y en las simas del mundo. Bajo nombres distintos –en vano– se ocultaba siempre, y siempre, aun creyéndola cerca, se le iba de las manos. Hubo hace tiempo un hombre que en amables mitos infantiles revelaba a sus hijos las llaves y el camino de un castillo escondido. Pocos lograban conocer la sencilla clave del enigma, pero esos pocos se convertían entonces en maestros del destino. Discurrió largo tiempo –el error nos aguzó el ingenio– y el mito dejó ya de ocultarnos la verdad. Feliz quien se ha hecho sabio y ha dejado su obsesión por el mundo, quien por sí mismo anhela la piedra de la sabiduría eterna. El hombre razonable se convierte entonces en discípulo auténtico, todo lo transforma en vida y en oro, no necesita ya los elixires. Bulle dentro de él el sagrado alambique, está el rey en él, y también Delfos, y al final comprende lo que significa conócete a ti mismo.
Una cosa sólo ha buscado el hombre en todo tiempo, y lo ha hecho en todas partes, en las cimas y en las simas del mundo. Bajo nombres distintos –en vano– se ocultaba siempre, y siempre, aun creyéndola cerca, se le iba de las manos.
... Cuando cifras y figuras dejen de ser las claves de toda criatura, cuando aquellos que al cantar o besarse sepan más que los sabios más profundos, cuando vuelva al mundo la libertad de nuevo, vuelva el mundo a ser mundo otra vez,
Marcha el poeta por ásperos caminos y los espinos rasgan su ropaje. Tiene que atravesar ríos y ciénagas y nadie le tiende una mano amiga. Solo y perdido, empiezan a brotar las quejas de su corazón cansado. Apenas puede sostener la lira,