Fue muy largo esta vez el año de las víboras, duro como la trama que aprisiona el adiós en la sustancia inmóvil. Sus nudos me ciñeron al vacío, a la viga que corre sobre las sorpresivas salas del infierno y que me balancea a punto de arrojarme, a punto de ceder. Fue cruel la temporada de las víboras -la más cruel del bestiario-, su látigo enredado a mis tobillos sometiendo el lugar y su turbio veneno destilando la furia y el reclamo por mi maldita boca, contra todo perdón. ¿Y hasta dónde tapizarán con piedras tramposas mi camino? ¿Y hasta cuándo cancelarán la entrada de los más deslucidos paraísos? Donde había un jardín crecieron como locas las gramillas. No hubo vino feliz ni el sol volvió a salir desde mi puerta. Mi mesa está rajada; mi silla no está en pie. En mi cama hizo nido el alacrán y las sábanas son sudarios congelados. He perdido pedazos de mi cuerpo, trozos irrecobrables. Mi alma fue estrujada como un mísero trapo, molida en el abrazo constrictor de las víboras que se muerden la cola alrededor de mi destino. Porque no habrá relevo. No habrá más rotación de sabandijas. Ningún cambio de piel. Y desde cada cara vendrá Job a predicar su ejemplo, erróneo, insuficiente, lamentable, porque nunca, jamás, ninguna recompensa desandará la pérdida.
No te pronunciaré jamás, verbo sagrado, aunque me tiña las encías de color azul, aunque ponga debajo de mi lengua una pepita de oro, aunque derrame sobre mi corazón un caldero de estrellas y pase por mi frente la corriente secreta de los grandes ríos.
Yo, Olga Orozco, desde tu corazón digo a todos que muero. Amé la soledad, la heroica perduración de toda fe, el ocio donde crecen animales extraños y plantas fabulosas, la sombra de un gran tiempo que pasó entre misterios y entre alucinaciones,
Pequeña centinela, caes una vez más por la ranura de la noche sin más armas que los ojos abiertos y el terror contra los invasores insolubles en el papel en blanco. Ellos eran legión. Legión encarnizada era su nombre
Me clausuran en mí. Me dividen en dos. Me engendran cada día en la paciencia y en un negro organismo que ruge como el mar. Me recortan después con las tijeras de la pesadilla y caigo en este mundo con media sangre vuelta a cada lado:
Más borroso que un velo tramado por la lluvia sobre los ojos de la lejanía, confuso como un fardo, errante como un médano indeciso en la tierra de nadie, sin rasgos, sin consistencia, sin asas ni molduras,