Se descolgó el silencio, de Olga Orozco | Poema

    Poema en español
    Se descolgó el silencio

    Se descolgó el silencio, 
    sus atroces membranas desplegadas como las de un murciélago anterior al diluvio, 
    su canto como el cuervo de la negación. 
    Tu boca ya no acierta su alimento. 
    Se te desencajaron las mandíbulas 
    igual que las mitades de una cápsula inepta para encerrar la almendra del destino. 
    Tu lengua es el Sahara retraído en penumbra. 
    Tus ojos no interrogan las vanas ecuaciones de cosas y de rostros. 
    Dejaron de copiar con lentejuelas amarillas los fugaces modelos de este mundo. 
    Son apenas dos pozos de opalina hasta el fin donde se ahoga el tiempo. 
    Tu cuerpo es una rígida armadura sin nadie, 
    sin más peso que la luz que lo borra y lo amortaja en lágrimas. 
    Tus uñas desasidas de la inasible salvación 
    recorren desgarradoramente el reverso impensable, 
    el cordaje de un éxodo infinito en su acorde final. 
    Tu piel es una mancha de carbón sofocado que atraviesa la estera de los días. 
    Tu muerte fue tan sólo un pequeño rumor de mata que se arranca 
    y después ya no estabas. 
    Te desertó la tarde; 
    te arrojó como escoria a la otra orilla, 
    debajo de una mesa innominada, muda, extrañamente impenetrable, 
    allí, junto a los desamparados desperdicios, 
    los torpes inventarios de una casa que rueda hacia el poniente, 
    que oscila, que se cae, 
    que se convierte en nube.

    • Fue muy largo esta vez el año de las víboras, 
      duro como la trama que aprisiona el adiós en la sustancia inmóvil. 
      Sus nudos me ciñeron al vacío, 
      a la viga que corre sobre las sorpresivas salas del infierno 
      y que me balancea a punto de arrojarme, 

    • Somos duros fragmentos arrancados del reverso del cielo, 
      trozos como cascotes insolubles 
      vueltos hacia este muro donde se inscribe el vuelo de la realidad, 
      la mordedura blanca del destierro hasta el escalofrío. 
      Suspendidos en medio del derrumbe por obra del error, 

    • Detrás del vaho blanco está el orden, la invitación o el ruego, 
      cada uno encendiendo sus señales, 
      centelleando a lo lejos con las joyas de la tentación o el rayo del peligro. 
      Era una gran ventaja trocar un sorbo hirviente por un reino, 

    • Estos son mis dos pies, mi error de nacimiento, 
      mi condena visible a volver a caer una vez más bajo las implacables ruedas del zodíaco, 
      si no logran volar. 
      No son bases del templo ni piedras del hogar. 
      Apenas si dos pies, anfibios, enigmáticos, 

    • Me reconoces, noche, 
      me palpas, me recuentas, 
      no como avara sino como una falsa ciega, 
      o como alguien que no sabe jamás quién es la náufraga y quién la endechadora. 
      Me has escogido a tientas para estatua de tus alegorías,