Señora tomando sopa, de Olga Orozco | Poema

    Poema en español
    Señora tomando sopa

    Detrás del vaho blanco está el orden, la invitación o el ruego, 
    cada uno encendiendo sus señales, 
    centelleando a lo lejos con las joyas de la tentación o el rayo del peligro. 
    Era una gran ventaja trocar un sorbo hirviente por un reino, 
    por una pluma azul, por la belleza, por una historia llena de luciérnagas. 
    Pero la niña terca no quiere traficar con su horrible alimento: 
    rechaza los sobornos del potaje apretando los dientes. 
    Desde el fondo del plato asciende en remolinos oscuros la condena: 
    se quedará sin fiesta, sin amor, sin abrigo, 
    y sola en lo más negro de algún bosque invernal donde aúllan los lobos 
    y donde no es posible encontrar la salida. 

    Ahora que no hay nadie, 
    pienso que las cucharas quizás se hicieron remos para llegar muy lejos. 
    Se llevaron a todos, tal vez, uno por uno, 
    hasta el último invierno, hasta la otra orilla. 
    Acaso estén reunidos viendo a la solitaria comensal del olvido, 
    la que traga este fuego, 
    esta sopa de arena, esta sopa de abrojos, esta sopa de hormigas, 
    nada más que por puro acatamiento, 
    para que cada sorbo la proteja con los rigores de la penitencia, 
    como si fuera tiempo todavía, 
    como si atrás del humo estuviera la orden, la invitación, el ruego.

    • Fue muy largo esta vez el año de las víboras, 
      duro como la trama que aprisiona el adiós en la sustancia inmóvil. 
      Sus nudos me ciñeron al vacío, 
      a la viga que corre sobre las sorpresivas salas del infierno 
      y que me balancea a punto de arrojarme, 

    • Somos duros fragmentos arrancados del reverso del cielo, 
      trozos como cascotes insolubles 
      vueltos hacia este muro donde se inscribe el vuelo de la realidad, 
      la mordedura blanca del destierro hasta el escalofrío. 
      Suspendidos en medio del derrumbe por obra del error, 

    • Detrás del vaho blanco está el orden, la invitación o el ruego, 
      cada uno encendiendo sus señales, 
      centelleando a lo lejos con las joyas de la tentación o el rayo del peligro. 
      Era una gran ventaja trocar un sorbo hirviente por un reino, 

    • Estos son mis dos pies, mi error de nacimiento, 
      mi condena visible a volver a caer una vez más bajo las implacables ruedas del zodíaco, 
      si no logran volar. 
      No son bases del templo ni piedras del hogar. 
      Apenas si dos pies, anfibios, enigmáticos, 

    • No te pronunciaré jamás, verbo sagrado, 
      aunque me tiña las encías de color azul, 
      aunque ponga debajo de mi lengua una pepita de oro, 
      aunque derrame sobre mi corazón un caldero de estrellas 
      y pase por mi frente la corriente secreta de los grandes ríos.