Para hacer un talismán, de Olga Orozco | Poema

    Poema en español
    Para hacer un talismán

    Se necesita sólo tu corazón 
    hecho a la viva imagen de tu demonio o de tu dios. 
    Un corazón apenas, como un crisol de brasas para la idolatría. 
    Nada más que un indefenso corazón enamorado. 
    Déjalo a la intemperie, 
    donde la hierba aúlle sus endechas de nodriza loca y no pueda dormir, 
    donde el viento y la lluvia dejen caer su látigo en un golpe de azul escalofrío 
    sin convertirlo en mármol y sin partirlo en dos, 
    donde la oscuridad abra sus madrigueras a todas las jaurías y no logre olvidar. 
    Arrójalo después desde lo alto de su amor al hervidero de la bruma. 
    Ponlo luego a secar en el sordo regazo de la piedra, 
    y escarba, escarba en él con una aguja fría hasta arrancar el último grano de esperanza. 
    Deja que lo sofoquen las fiebres y la ortiga, 
    que lo sacuda el trote ritual de la alimaña, 
    que lo envuelva la injuria hecha con los jirones de sus antiguas glorias. 
    Y cuando un día un año lo aprisione con la garra de un siglo, antes que sea tarde, 
    antes que se convierta en momia deslumbrante, 
    abre de par en par y una por una todas sus heridas: 
    que las exhiba al sol de la piedad, lo mismo que el mendigo, 
    que plaña su delirio en el desierto, 
    hasta que sólo el eco de un nombre crezca en él con la furia del hambre: 
    un incesante golpe de cuchara contra el plato vacío. 

    Si sobrevive aún, si ha llegado hasta aquí hecho a la viva imagen de tu demonio o de tu dios; 
    he ahí un talismán más inflexible que la ley, más fuerte que las armas y el mal del enemigo. 
    Guárdalo en la vigilia de tu pecho igual que a un centinela. 
    Pero vela con él. 
    Puede crecer en ti como la mordedura de la lepra; puede ser tu verdugo. 
    ¡El inocente monstruo, el insaciable comensal de tu muerte!

    • Fue muy largo esta vez el año de las víboras, 
      duro como la trama que aprisiona el adiós en la sustancia inmóvil. 
      Sus nudos me ciñeron al vacío, 
      a la viga que corre sobre las sorpresivas salas del infierno 
      y que me balancea a punto de arrojarme, 

    • Somos duros fragmentos arrancados del reverso del cielo, 
      trozos como cascotes insolubles 
      vueltos hacia este muro donde se inscribe el vuelo de la realidad, 
      la mordedura blanca del destierro hasta el escalofrío. 
      Suspendidos en medio del derrumbe por obra del error, 

    • Detrás del vaho blanco está el orden, la invitación o el ruego, 
      cada uno encendiendo sus señales, 
      centelleando a lo lejos con las joyas de la tentación o el rayo del peligro. 
      Era una gran ventaja trocar un sorbo hirviente por un reino, 

    • Estos son mis dos pies, mi error de nacimiento, 
      mi condena visible a volver a caer una vez más bajo las implacables ruedas del zodíaco, 
      si no logran volar. 
      No son bases del templo ni piedras del hogar. 
      Apenas si dos pies, anfibios, enigmáticos, 

    • No te pronunciaré jamás, verbo sagrado, 
      aunque me tiña las encías de color azul, 
      aunque ponga debajo de mi lengua una pepita de oro, 
      aunque derrame sobre mi corazón un caldero de estrellas 
      y pase por mi frente la corriente secreta de los grandes ríos. 

    • Me reconoces, noche, 
      me palpas, me recuentas, 
      no como avara sino como una falsa ciega, 
      o como alguien que no sabe jamás quién es la náufraga y quién la endechadora. 
      Me has escogido a tientas para estatua de tus alegorías,