Detrás del vaho blanco está el orden, la invitación o el ruego, cada uno encendiendo sus señales, centelleando a lo lejos con las joyas de la tentación o el rayo del peligro. Era una gran ventaja trocar un sorbo hirviente por un reino, por una pluma azul, por la belleza, por una historia llena de luciérnagas. Pero la niña terca no quiere traficar con su horrible alimento: rechaza los sobornos del potaje apretando los dientes. Desde el fondo del plato asciende en remolinos oscuros la condena: se quedará sin fiesta, sin amor, sin abrigo, y sola en lo más negro de algún bosque invernal donde aúllan los lobos y donde no es posible encontrar la salida.
Ahora que no hay nadie, pienso que las cucharas quizás se hicieron remos para llegar muy lejos. Se llevaron a todos, tal vez, uno por uno, hasta el último invierno, hasta la otra orilla. Acaso estén reunidos viendo a la solitaria comensal del olvido, la que traga este fuego, esta sopa de arena, esta sopa de abrojos, esta sopa de hormigas, nada más que por puro acatamiento, para que cada sorbo la proteja con los rigores de la penitencia, como si fuera tiempo todavía, como si atrás del humo estuviera la orden, la invitación, el ruego.
No te pronunciaré jamás, verbo sagrado, aunque me tiña las encías de color azul, aunque ponga debajo de mi lengua una pepita de oro, aunque derrame sobre mi corazón un caldero de estrellas y pase por mi frente la corriente secreta de los grandes ríos.
Yo, Olga Orozco, desde tu corazón digo a todos que muero. Amé la soledad, la heroica perduración de toda fe, el ocio donde crecen animales extraños y plantas fabulosas, la sombra de un gran tiempo que pasó entre misterios y entre alucinaciones,
Pequeña centinela, caes una vez más por la ranura de la noche sin más armas que los ojos abiertos y el terror contra los invasores insolubles en el papel en blanco. Ellos eran legión. Legión encarnizada era su nombre
Me clausuran en mí. Me dividen en dos. Me engendran cada día en la paciencia y en un negro organismo que ruge como el mar. Me recortan después con las tijeras de la pesadilla y caigo en este mundo con media sangre vuelta a cada lado:
Más borroso que un velo tramado por la lluvia sobre los ojos de la lejanía, confuso como un fardo, errante como un médano indeciso en la tierra de nadie, sin rasgos, sin consistencia, sin asas ni molduras,