Llorar a lágrima viva. Llorar a chorros. Llorar la digestión. Llorar el sueño. Llorar ante las puertas y los puertos. Llorar de amabilidad y de amarillo.
Abrir las canillas, las compuertas del llanto. Empaparnos el alma, la camiseta. Inundar las veredas y los paseos, y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a los cursos de antropología, llorando. Festejar los cumpleaños familiares, llorando. Atravesar el África, llorando.
Llorar como un cacuy, como un cocodrilo... si es verdad que los cacuies y los cocodrilos no dejan nunca de llorar.
Llorarlo todo, pero llorarlo bien. Llorarlo con la nariz, con las rodillas. Llorarlo por el ombligo, por la boca.
Llorar de amor, de hastío, de alegría. Llorar de frac, de flato, de flacura. Llorar improvisando, de memoria. ¡Llorar todo el insomnio y todo el día!
Y sacaréme la niebla el turbio zumo oscuro del traspienso la pulpa la soborra de mente toda su gris resaca me sacaré hasta el meollo antes de que se asiente la áspera espera arena que taté teté yo y lamí y tragué yo en la sed
Sobre las mesas, botellas decapitadas de «champagne» con corbatas blancas de payaso, baldes de níquel que trasuntan enflaquecidos brazos y espaldas de «cocottes». El bandoneón canta con esperezos de gusano baboso, contradice el pelo rojo de la alfombra,
Los frescos pintados en la pared transforman el “Salón Reservado” en una “Plaza de Toros”, donde el suelo tiene la consistencia y el color de la “arena”: gracias a que todas las noches se riega la tierra con jerez.
Más zafio tranco diario llagánima masturbio sino orate más seca sed de móviles carnívoros y mago rapto enlabio de alba albatros más sacra carne carmen de hipermelosas púberes vibrátiles de sexotumba góndola
Una corriente de brazos y de espaldas nos encauza y nos hace desembocar bajo los abanicos, las pipas, los anteojos enormes colgados en medio de la calle; únicos testimonios de una raza
Este clima de asfixia que impregna los pulmones de una anhelante angustia de pez recién pescado. Este hedor adhesivo y errabundo, que intoxica la vida y nos hunde en viscosas pesadillas de lodo. Este miasma corrupto, que insufla en nuestros poros