Mi perro ha muerto.
Lo enterré en el jardín 
junto a una vieja máquina oxidada. 
Allí, no más abajo, 
ni más arriba, 
se juntará conmigo alguna vez. 
Ahora él ya se fue con su pelaje, 
su mala educación, su nariz iría. 
Y yo, materialista que no cree 
en el celeste cielo prometido 
para ningún humano, 
para este perro o para todo perro 
creo en el cielo, sí, creo en un cielo 
donde yo no entraré, pero él me espera 
ondulando su cola de abanico 
para que yo al llegar tenga amistades. 
Ay no diré la tristeza en la tierra 
de no tenerlo más por compañero, 
que para mí jamás fue un servidor. 
Tuvo hacia mí la amistad de un erizo 
que conservaba su soberanía, 
la amistad de una estrella independiente 
sin más intimidad que la precisa, 
sin exageraciones: 
no se trepaba sobre mi vestuario 
llenándome de pelos o de sarna, 
no se frotaba contra mi rodilla 
como otros perros obsesos sexuales. 
No, mi perro me miraba 
dándome la atención que necesito, 
la atención necesaria 
para hacer comprender a un vanidoso 
que siendo perro él, 
con esos ojos, más puros que los míos, 
perdía el tiempo, pero me miraba 
con la mirada que me reservó 
toda su dulce, su peluda vida, 
su silenciosa vida, 
cerca de mí, sin molestarme nunca, 
y sin pedirme nada. 
Ay cuántas veces quise tener cola 
andando junto a él por las orillas 
del mar, en el invierno de Isla Negra, 
en la gran soledad: arriba el aire 
traspasado de pájaros glaciales, 
y mi perro brincando, hirsuto, lleno 
de voltaje marino en movimiento: 
mi perro vagabundo y olfatorio 
enarbolando su cola dorada 
frente a frente al Océano y su espuma. 
Alegre, alegre, alegre 
como los perros saben ser felices, 
sin nada más, con el absolutismo 
de la naturaleza descarada. 
No hay adiós a mi perro que se ha muerto. 
Y no hay ni hubo mentira entre nosotros. 
Ya se fue y lo enterré, y eso era todo.
Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto nació en Parral, Chile, el 12 de julio de 1904 conocido por el seudónimo y, más tarde, el nombre legal de Pablo Neruda, fue un poeta chileno, considerado uno de los mayores y más influyentes de su siglo, siendo llamado por el novelista Gabriel García Márquez «el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma». Entre sus múltiples reconocimientos destaca el Premio Nobel de Literatura en 1971. En 1917, publica su primer artículo en el diario La Mañana de Temuco, con el título de Entusiasmo y perseverancia. En esta ciudad escribió gran parte de los trabajos, que pasarían a integrar su primer libro de poemas: Crepusculario. En 1924 publica su famoso Veinte poemas de amor y una canción desesperada, en el que todavía se nota una influencia del modernismo. En 1927, comienza su larga carrera diplomática en Rangún, Birmania. Será luego cónsul en Sri Lanka, Java, Singapur, Buenos Aires, Barcelona y Madrid. En sus múltiples viajes conoce en Buenos Aires a Federico García Lorca y en Barcelona a Rafael Alberti. Pregona su concepción poética de entonces, la que llamó «poesía impura», y experimenta el poderoso y liberador influjo del Surrealismo. En 1935, aparece la edición madrileña de Residencia en la tierra.