En el balcón las amigas miraban ambas como huían las golondrinas una pálida sus cabellos negros como el azabache, la otra rubia y sonrosada, su vestido ligero, pálido de desgastado amarillo vagamente serpenteaban las nubes en el cielo
y todos los días, ambas con languideces de asfódelos mientras que al cielo se le ensamblaba la luna suave y redonda saboreaban a grandes bocanadas la emoción profunda de la tarde y la felicidad triste de los corazones fieles
tales sus acuciantes brazos, húmedos, sus talles flexibles extraña pareja que arranca la piedad de otras parejas de tal modo en el balcón soñaban las jóvenes mujeres
tras ellas al fondo de la habitación rica y sombría enfática como un trono de melodramas y llena de perfumes la cama vencida se abría entre las sombras
Sueño a menudo el sueño sencillo y penetrante de una mujer ignota que adoro y que me adora, que, siendo igual, es siempre distinta a cada hora y que las huellas sigue de mi existencia errante.
Una tenía quince años, la otra dieciséis Y ambas dormían en la misma pequeña habitación Esto sucedió una sofocante noche de septiembre ¡Quebrantables asuntos! Ojiazules y con mejillas de marfil