Ahora te veo más clara. No, no es por el mediodía, por favor de la mañana. Es que lloraste y lloré, porque ya no nos veíamos. Y nos vimos por las lágrimas. Las lágrimas fueron luz. Al pasar por sus cristales, puras lentes del dolor, tu imagen se quedó limpia, ya para siempre, en mi alma.
Ahora te tengo más alta. Te he hecho sufrir sin querer, por quererte. Cada angustia que de mi amor te ha nacido en vez de hundirte en la pena a otro escalón te empinaba de tu gloria gloria en mí. Cada dolor por mi culpa te volvía más sagrada. Ahora no estás a mi lado: miro hacia arriba y te veo. Pero tú hacia mí te inclinas, y hasta mi suelo me tiendes, escala de tu cariño, desde arriba, tu mirada. Ahora estás lejos. Mi afán de tenerte siempre cerca te dio a ti afán de distancia. Yo, ciego, siempre creyendo que los abrazos enlazan, te abrazaba y abrazaba. Ahora ya sé que los árboles tienen sus pájaros fieles porque las ramas no atan: ofrecen. Y que las nubes nunca descartan los cielos porque los cielos las dejan que ellas escojan su rumbo y que vengan o se vayan como quieran, siempre abiertos para que se busquen ellas su camino. Amor, o cielo, no son un camino, son una oferta de infinitos caminos, a nubes, almas.
¿Estarás ahora más cerca? ¿Tú, libre, suelta, lejana, estarás ahora viniendo hacia mí, porque me callo, porque mi voz silenciosa, ardiendo toda de espera, parece que no te llama?
El sueño es una larga despedida de ti. ¡Qué gran vida contigo, en pie, alerta en el sueño! ¡Dormir el mundo, el sol, las hormigas, las horas, todo, todo dormido, en el sueño que duermo!
Se siente una lluvia cerca. A esa nube gris, plomiza, que por su altura navega, tan sin prisa soñadora, se le puede ver el rumbo; es un jardín; el sueño se le descifra: es una rosa.