Se siente una lluvia cerca.
A esa nube gris, plomiza,
que por su altura navega,
tan sin prisa soñadora,
se le puede ver el rumbo;
es un jardín;
el sueño se le descifra:
es una rosa.
¡Qué aparente lo marmóreo
qué indecisa su firmeza!
Su tenue ser vaporoso
con encarnaciones sueña
vislumbradas,
desde arriba, aquí, en la tierra.
Con tiernas formas intactas
que, invisibles todavía,
aun no abiertas,
puras vísperas de flor,
en algún jardín esperan
a que llueva agua de mayo,
a que llueva.
Llueve ya.
La nube inicia su tránsito
por el aire, y la ciudad
se trastorna, cuando llega.
En los llanos del asfalto
luminosa brota yerba
repentina, son reflejos.
Los suelos todos se pueblan
de radiante césped trémulo,
y en la insólita pradera
saltan las ancas brillantes
de las más extrañas bestias,
todas de curvos colores,
que pastan las luces frescas.
Agua de mayo, lloviendo
la nube está.
¿Y ha de quedar todo en eso?
¿Acaba así tanta altura,
en paraguas callejeros?
No. En su oficina, un vergel,
la vieja alquimia prepara
su divino arte secreto.
Esperan botón, capullo,
algo,
aunque de la tierra venga,
más celeste que terreno.
Lento, se empapa el jardín
de lo que antes era cielo.
Muy despacio, tallo arriba
la nube gris va subiendo.
Su gris se le torna rosa,
lo fosco se vuelve tierno.
Perfecciones que soñara,
errabunda, por los cielos,
la nube se las realiza
en el capullo que ha abierto.
Y aquella deriva lenta.
por los anchos firmamentos,
en suave puerto termina:
en la calma de unos pétalos.
¿Quién de menos la echaría,
quién va a decir que se ha muerto
si en el azul absoluto
falta su bulto sereno?
Está aquí, que yo lo siento,
olor de nube, en la flor,
celeste, en tierra, resuello.
Y si ayer vapor la vi,
en mi mano está su peso,
ahora, leve; y sus celajes
en carmines los poseo.
Feliz la nube de mayo,
que en esta o aquella rosa
cumple su sino perfecto.
Feliz ella y feliz yo,
que la tengo.