Ahora te veo más clara. 
No, no es por el mediodía, 
por favor de la mañana. 
Es que lloraste y lloré, 
porque ya no nos veíamos. 
Y nos vimos por las lágrimas. 
Las lágrimas fueron luz. 
Al pasar por sus cristales, 
puras lentes del dolor, 
tu imagen se quedó limpia, 
ya para siempre, en mi alma. 
Ahora te tengo más alta. 
Te he hecho sufrir sin querer, 
por quererte. Cada angustia 
que de mi amor te ha nacido 
en vez de hundirte en la pena 
a otro escalón te empinaba 
de tu gloria gloria en mí. 
Cada dolor por mi culpa 
te volvía más sagrada. 
Ahora no estás a mi lado: 
miro hacia arriba y te veo. 
Pero tú hacia mí te inclinas, 
y hasta mi suelo me tiendes, 
escala de tu cariño, 
desde arriba, tu mirada. 
Ahora estás lejos. Mi afán 
de tenerte siempre cerca 
te dio a ti afán de distancia. 
Yo, ciego, siempre creyendo 
que los abrazos enlazan, 
te abrazaba y abrazaba. 
Ahora ya sé que los árboles 
tienen sus pájaros fieles 
porque las ramas no atan: 
ofrecen. Y que las nubes 
nunca descartan los cielos 
porque los cielos las dejan 
que ellas escojan su rumbo 
y que vengan o se vayan 
como quieran, siempre abiertos 
para que se busquen ellas 
su camino. Amor, o cielo, 
no son un camino, son 
una oferta de infinitos 
caminos, a nubes, almas. 
¿Estarás ahora más cerca? 
¿Tú, libre, suelta, lejana, 
estarás ahora viniendo 
hacia mí, porque me callo, 
porque mi voz silenciosa, 
ardiendo toda de espera, 
parece que no te llama?
Pedro Salinas (Madrid, 1891-Boston, 1951), autor de poemarios emblemáticos como Seguro azar, La voz a ti debida o El contemplado, es una figura clave del panorama cultural español del siglo XX. También cabe destacar su obra epistolar, en la que destaca Cartas a Katherine Whitmore y su Correspondencia (1923-1951) con el también poeta Jorge Guillén. Su vida, consagrada a la poesía y a la literatura, estuvo marcada por su exilio a Estados Unidos en 1936.