Muerte del sueño, de Pedro Salinas | Poema

    Poema en español
    Muerte del sueño

    Nunca se entiende un sueño 
    más que cuando se quiere a un ser humano 
    despacio, muy despacio 
    y sin mucha esperanza. 
    Por ti he sabido yo cómo era el rostro 
    de un sueño: sólo ojos. 
    La cara de los sueños 
    mirada pura es, viene derecha, 
    diciendo: 'A ti te escojo, a ti, entre todas' 
    como lo dice el rayo o la fortuna. 
    Un sueño me eligió desde sus ojos, 
    que me parecerán siempre los tuyos. 

    Por ti supe también 
    cómo se peina un sueño. 
    Con qué cuidado parte sus cabellos 
    con una raya que recuerda 
    a la estela que traza sobre el agua 
    la luna primeriza del estío. 
    Mi mano, o una sombra de mi mano, 
    o acaso ni una sombra, 
    la memoria, tan sólo, de mi mano 
    jamás acarició una cabellera 
    tan lenta y tan profunda 
    como la de ese sueño que me diste. 
    En el pelo, en el pelo de tu sueño 
    fueron mis pensamientos enredándose, 
    entrando poco a poco, y se han perdido 
    tan voluntariamente en él que nunca 
    los quiero rescatar: su gloria es ésa. 
    Que estén allí, que duermas 
    sobre las despeinadas 
    memorias que mi alma te ha dejado 
    entretejidas en su cabellera. 

    Por ti he cogido a un sueño de las manos. 
    Por ti mi mano de mortal materia, 
    ha tocado los dedos, 
    tan trémulos, tan vagos, 
    como sombras de chopos en el agua, 
    con los que un sueño roza al mundo 
    sin que apenas lo sienta 
    nadie más que la frente consagrada. 
    Por ti he cogido un sueño de las manos, 
    o de las que parecen manos, alas. 
    Las he tenido entre las mías, 
    un año y otro año y otro año, 
    como se tienen las de un ser que va a marcharse, 
    fingiendo que es para decirle adiós, 
    pero con tal ternura al estrecharlas, 
    que renuncia a su fuga y nuestro tacto, 
    de adiós se nos transmuta en bienvenida. 
    Por ti aprendí el lenguaje 
    tan breve y misterioso de los sueños. 
    Cabría en el cristal 
    de una gota de agua. 
    Está hecho de dos letras cuyos trazos 
    aluden con su recta y con su curva 
    a la humana pareja, hombre y mujer. 
    'Sí' dice, sólo 'sí'. 
    Los sueños nunca dicen otra cosa. 
    Nos dicen 'sí' o se callan en la muerte. 

    Por ti he sabido cómo andan los sueños. 
    Llevan los pies desnudos 
    y parecen más altos todavía. 
    El ama por que cruzan se nos queda 
    como playa que primero holló 
    Venus al pisar tierra, concediéndole 
    las indelebles señas de su mito: 
    las huellas de los dioses no se borran. 
    Entre el vasto rumor de los tacones, 
    que surcan las ciudades colosales, 
    mi oído a veces percibe 
    un rumor leve como de hoja seca, 
    o de planta desnuda: es que te acercas, 
    por las celestes avenidas solas, 
    es que vienes a mí, desde mi sueño. 

    He sabido por ti de qué color 
    es la sangre de un sueño. Yo la he visto 
    cuando un día le abriste tú las venas 
    escapar dulcemente, sin prisa, como el día 
    más hermoso de abril, que no quisiera 
    morirse tan temprano y se desangra, 
    despacio, triste, recordando 
    la dicha de su vida: 
    su aurora, su mañana, sin rescate. 

    Por ti he asistido, porque lo quisiste, 
    al morirse de un sueño. 
    Poco a poco se muere 
    como agoniza el campo en el regazo 
    crepuscular, por orden de la altura. 
    Primero, lo que estaba al ras de la tierra, 
    la hierba, la primer oscurecida: 
    luego, en el árbol, las cimeras hojas, 
    donde la luz, temblando se resiste, 
    y al fin el cielo todo, lo supremo. 
    Los sueños siempre empiezan a morirse 
    por los pies que no quieren ya llevarlos. 
    Como el cielo de un sueño está en sus ojos 
    lo último que se apaga es su mirada. 

    Y por ti he visto lo que nunca viera: 
    el cadáver de un sueño. 
    Lo veo, día a día, al levantarme, aquí, en mi cara. 
    (Has vuelto tu mirar hacia otro rostro) 
    Me lo siento en las manos, 
    enormes fosas llenas de tu falta. 
    Está yacente: tumba le es mi pecho. 
    Me resuena en los pasos 
    que van, como viviendo, hacia mi muerte. 
    Ya sé el secreto último: 
    el cadáver de un sueño es carne viva, 
    es un hombre de pie, que tuvo como un sueño, 
    y alguien se lo mató. Que vive finge. 
    Pero ya, antes de ser su propio muerto, 
    está siendo el cadáver de un sueño. 
    Por ti sabré, quizá, como viviendo 
    se resucita aún, entre los muertos. 

    Pedro Salinas (Madrid, 1891-Boston, 1951), autor de poemarios emblemáticos como Seguro azar, La voz a ti debida o El contemplado, es una figura clave del panorama cultural español del siglo XX. También cabe destacar su obra epistolar, en la que destaca Cartas a Katherine Whitmore y su Correspondencia (1923-1951) con el también poeta Jorge Guillén. Su vida, consagrada a la poesía y a la literatura, estuvo marcada por su exilio a Estados Unidos en 1936.