Ahora te veo más clara.
No, no es por el mediodía,
por favor de la mañana.
Es que lloraste y lloré,
porque ya no nos veíamos.
Y nos vimos por las lágrimas.
Las lágrimas fueron luz.
Al pasar por sus cristales,
puras lentes del dolor,
tu imagen se quedó limpia,
ya para siempre, en mi alma.
Ahora te tengo más alta.
Te he hecho sufrir sin querer,
por quererte. Cada angustia
que de mi amor te ha nacido
en vez de hundirte en la pena
a otro escalón te empinaba
de tu gloria gloria en mí.
Cada dolor por mi culpa
te volvía más sagrada.
Ahora no estás a mi lado:
miro hacia arriba y te veo.
Pero tú hacia mí te inclinas,
y hasta mi suelo me tiendes,
escala de tu cariño,
desde arriba, tu mirada.
Ahora estás lejos. Mi afán
de tenerte siempre cerca
te dio a ti afán de distancia.
Yo, ciego, siempre creyendo
que los abrazos enlazan,
te abrazaba y abrazaba.
Ahora ya sé que los árboles
tienen sus pájaros fieles
porque las ramas no atan:
ofrecen. Y que las nubes
nunca descartan los cielos
porque los cielos las dejan
que ellas escojan su rumbo
y que vengan o se vayan
como quieran, siempre abiertos
para que se busquen ellas
su camino. Amor, o cielo,
no son un camino, son
una oferta de infinitos
caminos, a nubes, almas.
¿Estarás ahora más cerca?
¿Tú, libre, suelta, lejana,
estarás ahora viniendo
hacia mí, porque me callo,
porque mi voz silenciosa,
ardiendo toda de espera,
parece que no te llama?