Amor, amor, catástrofe. ¡Qué hundimiento del mundo! Un gran horror a techos quiebra columnas, tiempos; los reemplaza por cielos intemporales. Andas, ando por entre escombros de estíos y de inviernos derrumbados. Se extinguen las normas y los pesos. Toda hacia atrás la vida se va quitando siglos, frenética, de encima desteje, galopando, su curso, lento antes; se desvive de ansia de borrarse la historia, de no ser más que el puro anhelo de empezarse otra vez. El futuro se llama ayer. Ayer oculto, secretísimo que se nos olvidó y hay que reconquistar con la sangre y el alma, detrás de aquellos otros ayeres conocidos. ¡Atrás y siempre atrás! ¡Retrocesos, en vértigo por dentro, hacia el mañana! ¡Que caiga todo! Ya lo siento apenas. Vamos a fuerza de besar, inventando las ruinas del mundo, de la mano tú y yo por entre el gran fracaso de la flor y del orden. Y ya siento entre tactos, entre abrazos, tu piel que me entrega el retorno al palpitar primero, sin luz, antes del mundo, total, sin forma, caos.
Pedro Salinas (Madrid, 1891-Boston, 1951), autor de poemarios emblemáticos como Seguro azar, La voz a ti debida o El contemplado, es una figura clave del panorama cultural español del siglo XX. También cabe destacar su obra epistolar, en la que destaca Cartas a Katherine Whitmore y su Correspondencia (1923-1951) con el también poeta Jorge Guillén. Su vida, consagrada a la poesía y a la literatura, estuvo marcada por su exilio a Estados Unidos en 1936.
El sueño es una larga despedida de ti. ¡Qué gran vida contigo, en pie, alerta en el sueño! ¡Dormir el mundo, el sol, las hormigas, las horas, todo, todo dormido, en el sueño que duermo!
Se siente una lluvia cerca. A esa nube gris, plomiza, que por su altura navega, tan sin prisa soñadora, se le puede ver el rumbo; es un jardín; el sueño se le descifra: es una rosa.