No importa que no te tenga, no importa que no te vea. Antes te abrazaba, antes te miraba, te buscaba toda, te quería entera. Hoy ya no les pido, ni a manos ni a ojos, las últimas pruebas. Estar a mi lado te pedía antes; sí, junto a mí, sí, sí, pero allí fuera. Y me contentaba sentir que tus manos, me daban tus manos, sentir que a mis ojos les dabas presencia. Lo que ahora te pido es más, mucho más, que beso o mirada: es que estés más cerca de mí mismo, dentro. Como el viento está invisible, dando su vida a la vela. Como está la luz quieta, fija, inmóvil, sirviendo de centro que nunca vacila al trémulo cuerpo de llama que tiembla. Como está la estrella, presente y segura, sin voz y sin tacto, en el pecho abierto, sereno, del lago. Lo que yo te pido es sólo que seas alma de mi ánima, sangre de mi sangre dentro de las venas. Es que estés en mí como el corazón mío que jamás veré, tocaré, y cuyos latidos no se cansan nunca de darme mi vida hasta que me muera. Como el esqueleto, el secreto hondo de mi ser, que sólo me verá la tierra, pero que en el mundo es el que se encarga de llevar mi peso de carne y de sueño, de gozo y de pena misteriosamente sin que haya unos ojos que jamás le vean. Lo que yo te pido es que la corpórea pasajera ausencia no nos sea olvido, ni fuga, ni falta: sino que me sea posesión total del alma lejana, eterna presencia.
Hoy son las manos la memoria. El alma no se acuerda, está dolida de tanto recordar. Pero en las manos queda el recuerdo de lo que han tenido. Recuerdo de una piedra que hubo junto a un arroyo y que cogimos distraídamente
Se siente una lluvia cerca. A esa nube gris, plomiza, que por su altura navega, tan sin prisa soñadora, se le puede ver el rumbo; es un jardín; el sueño se le descifra: es una rosa.