Lo que queremos nos quiere, aunque no quiera querernos. Nos dice que no y que no, pero hay que seguir queriéndolo: porque el no tiene un revés –quien lo dice no lo sabe--, y siguiendo en el querer los dos se lo encontraremos. Hoy, mañana, junto al nunca, cuando parece imposible ya, nos responderá en lo amado, como un soplo imperceptible, el amor mismo con que lo adoramos. Aunque estén contra nosotros el aire y la soledad, las pruebas y el no y el tiempo, hay que querer sin dejarlo, querer y seguir queriendo. Sobre todo en la alta noche cuando el sueño, ese retorno al ser desudo y primero, rompe desde las estrellas las voluntades de paso, y el querer siente, asombrado, que ganó lo que quería, que le quieren sin querer, a fuerza de estar queriendo. Y aunque no nos dé su cuerpo la amada, ni su presencia, aunque se finja otro amor un estar en otra parte, este fervor infinito contra el no querer querer la rendirá, bese o no. Y en la más oscura noche, cuando desde otra orilla del mundo la bese el amor remoto, se la entrará por el alma, como un frío o una sombra, la evidencia de ser ya de aquel que la está queriendo.
El sueño es una larga despedida de ti. ¡Qué gran vida contigo, en pie, alerta en el sueño! ¡Dormir el mundo, el sol, las hormigas, las horas, todo, todo dormido, en el sueño que duermo!
Se siente una lluvia cerca. A esa nube gris, plomiza, que por su altura navega, tan sin prisa soñadora, se le puede ver el rumbo; es un jardín; el sueño se le descifra: es una rosa.