La rosa, la rosa pura. Quiero mandarte la pura rosa. La que no tiene símbolo ni signo. La que no pese porque recuerda un recuerdo. La que no cante porque se cogió con el gozo. La que no tenga fecha, fecha de hombre, fecha de número, fecha de mundo, la que sea su nacimiento puro, sucediendo a su mismo capullo. La que no diga: “Me quieres”, ni: “Te quiero”. La que diga tan sólo: “Soy mis pétalos, mi color, mi forma, soy la rosa pura. Tómame”. La que no pida que te la pongas en el pecho. La que se contente con el encuentro de su color y tus ojos, de tu mirada, un instante. Con el contacto de su materia y tu vida: tu mano, un instante. La que te deje vivir sin rosas, si tú no quieres tener la rosa en tu vida.
Me lavaré las manos toda una noche entera en el agua lenta y lustral de los ríos del sueño, para cogerla de mañana antes de que despierte la conciencia, porque quiero cogerla con los dedos, no quiero cogerla con un pensamiento. Y si la cojo así y así te llega, mis pies recordarán haber pisado el paraíso, antes del bien y el mal, de la mujer y el hombre. Y yo seré una sombra, y tú serás otra sombra, sin otra realidad que la que crea el ofrecernos una rosa pura.
El sueño es una larga despedida de ti. ¡Qué gran vida contigo, en pie, alerta en el sueño! ¡Dormir el mundo, el sol, las hormigas, las horas, todo, todo dormido, en el sueño que duermo!
Se siente una lluvia cerca. A esa nube gris, plomiza, que por su altura navega, tan sin prisa soñadora, se le puede ver el rumbo; es un jardín; el sueño se le descifra: es una rosa.