Verdad de dos, de Pedro Salinas | Poema

    Poema en español
    Verdad de dos

    Como él vivió de día, sólo un día, 
    no pudo ver más que la luz. 
    Se figuraba 
    que todo era de luz, de sol, de júbilo 
    seguro, que los pájaros 
    no pararían nunca de volar y que los síes 
    que las bocas decían 
    no tenían revés. La inexorable 
    declinación del sol hacia su muerte, 
    el alargarse de las sombras, 
    juego le parecieron inocente, 
    nunca presagio, triunfo lento, de lo oscuro. 
    Y aquel espacio de existir 
    medido por la luz, 
    del alba hasta el crepúsculo, 
    lo tomó por la vida. 
    Su sonrisa final le dijo al mundo 
    su confianza en que la vida era 
    la luz, el día, 
    la claridad en que existió. 
    Nunca vio las estrellas, ignorante 
    de aquellos corazones, tan sin número, 
    bajo el gran cielo azul que tiembla de ellos. 
    Ella, sí. 
    Nació al advenimiento de la noche, 
    de la primer tiniebla clara hija, 
    y en la noche vivió. 
    No sufrió los colores 
    ni el implacable frío de la luz. 
    Abrigada 
    en una vasta oscuridad cliente, 
    su alma no supo nunca 
    que era lo oscuro, por vivir en ello. 
    Virgen murió de concebir las formas 
    exactas, las distancias, esas desigualdades 
    entre rectas y curvas, sangre y nieve, 
    tan imposibles, por fortuna, en esa 
    absoluta justicia de al noche. 
    Y ella vio las estrellas que él no vio. 

    Por eso 
    tú y yo, compadecidos 
    de sus felicidades solitarias, 
    los hemos levantado 
    de su descanso y su vivir a medias. 
    Y viven en nosotros, ahora, heridos ya, 
    él por la sombra y ella por la luz; 
    y conocen la sangre y las angustias 
    que el alba abre en la noche y el crepúsculo 
    en el pecho del día, y el dolor 
    de no tener la luz que no se tiene 
    y el gozo de esperar la que vendrá. 
    Tú, la engañada 
    de claridad y yo de oscuridades, 
    cuando andábamos solos, 
    nos hemos entregado, al entregarnos 
    error y error, la trágica verdad 
    llamada mundo, tierra, amor, destino. 
    Y su rostro fatal se ve del todo 
    por lo que yo te he dado y tú me diste. 
    Al nacer nuestro amor se nos nació 
    su otro lado terrible, necesario, 
    la luz, la oscuridad. 
    vamos hacia él los dos. Nunca más solos. 
    Mundo, verdad de dos, fruto de dos, 
    verdad paradisíaca, agraz manzana, 
    sólo ganada en su sabor total 
    cuando terminan las virginidades 
    del día solo y de la noche sola. 
    Cuando arrojados 
    en el pecado que es vivir 
    enamorados de vivir, amándose, 
    hay que luchar la lucha que les cumple 
    a los que pierden paraísos claros 
    o tenebrosos paraísos, 
    para hallar otro edén donde se cruzan 
    luces y sombras juntas y la boca 
    al encontrar el beso encuentra al fin 
    esa terrible redondez del mundo.

    Pedro Salinas (Madrid, 1891-Boston, 1951), autor de poemarios emblemáticos como Seguro azar, La voz a ti debida o El contemplado, es una figura clave del panorama cultural español del siglo XX. También cabe destacar su obra epistolar, en la que destaca Cartas a Katherine Whitmore y su Correspondencia (1923-1951) con el también poeta Jorge Guillén. Su vida, consagrada a la poesía y a la literatura, estuvo marcada por su exilio a Estados Unidos en 1936. 

    • Si te quiero 
      no es porque te lo digo; 
      es porque me lo digo y me lo dicen. 
      El decírtelo a ti, ¡Que poco importa 
      a esa pura verdad que es en su fondo 
      quererte! Me lo digo, 
      y es como un despertar de un no decirlo, 
      como un nacer desnudo, 

    • Qué alegría, vivir 
      sintiéndose vivido. 
      Rendirse 
      a la gran certidumbre, oscuramente, 
      de que otro ser, fuera de mí, muy lejos, 
      me está viviendo. 
      Que cuando los espejos, los espías, 
      azogues, almas cortas, aseguran 
      que estoy aquí, yo, inmóvil, 

    • ¿Serás, amor 
      un largo adiós que no se acaba? 
      Vivir, desde el principio, es separarse. 
      En el primer encuentro 
      con la luz, con los labios, 
      el corazón percibe la congoja 
      de tener que estar ciego y solo un día. 
      Amor es el retraso milagroso 

    • Quietas, dormidas están, 
      las treinta, redondas, blancas. 
      Entre todas 
      sostienen el mundo. 
      Míralas, aquí en su sueño, 
      como nubes, 
      redondas, blancas, y dentro 
      destinos de trueno y rayo, 
      destinos de lluvia lenta,