Sin armas. Ni las dulces sonrisas, ni las llamas rápidas de la ira. Sin armas. Ni las aguas de la bondad sin fondo, ni la perfidia, corvo pico. Nada. Sin armas. Sola.
Ceñida en tu silencio. «Sí» y «no», «mañana» y «cuando», quiebran agudas puntas de inútiles saetas en tu silencio liso sin derrota ni gloria. ¡Cuidado!, que te mata —fría, invencible, eterna— eso, lo que te guarda, eso, lo que te salva, el filo del silencio que tú aguzas.
Lo que queremos nos quiere, aunque no quiera querernos. Nos dice que no y que no, pero hay que seguir queriéndolo: porque el no tiene un revés –quien lo dice no lo sabe--, y siguiendo en el querer los dos se lo encontraremos.
Si te quiero no es porque te lo digo; es porque me lo digo y me lo dicen. El decírtelo a ti, ¡Que poco importa a esa pura verdad que es en su fondo quererte! Me lo digo, y es como un despertar de un no decirlo, como un nacer desnudo,
Qué alegría, vivir sintiéndose vivido. Rendirse a la gran certidumbre, oscuramente, de que otro ser, fuera de mí, muy lejos, me está viviendo. Que cuando los espejos, los espías, azogues, almas cortas, aseguran que estoy aquí, yo, inmóvil,
¿Serás, amor un largo adiós que no se acaba? Vivir, desde el principio, es separarse. En el primer encuentro con la luz, con los labios, el corazón percibe la congoja de tener que estar ciego y solo un día. Amor es el retraso milagroso
Torpemente el amor busca. Vive en mí como una oscura fuerza extrañada. No tiene ojos que le satisfagan su ansia de ver. Los espera. Tantea a un lado y a otro: se tropieza con el cielo, con un papel, o con nada. Ni aire ni tierra ni agua
Los cielos son iguales. Azules, grises, negros, se repiten encima del naranjo o la piedra: nos acerca mirarlos. Las estrellas suprimen, de lejanas que son, las distancias del mundo. Si queremos juntarnos, nunca mires delante:
Amor, amor, catástrofe. ¡Qué hundimiento del mundo! Un gran horror a techos quiebra columnas, tiempos; los reemplaza por cielos intemporales. Andas, ando por entre escombros de estíos y de inviernos derrumbados. Se extinguen
Quietas, dormidas están, las treinta, redondas, blancas. Entre todas sostienen el mundo. Míralas, aquí en su sueño, como nubes, redondas, blancas, y dentro destinos de trueno y rayo, destinos de lluvia lenta,