Dime Oráculo, Ser de las Adivinaciones. ¿Es siempre la hoja marrón una hoja marchita, o puede ocurrir también, oh Oráculo, Ser de las Adivinaciones, que la hoja marrón crezca fuerte y fresca, carnosa y viva, como cualquier otra hoja verde, con ramificaciones blancas?
Dime Oráculo, Ser de las Adivinaciones. ¿Poseo una mano pálida y hábil para las enseñanzas de la tierra? ¿Poseo la capacidad de dar vida a lo inanimado? ¿O me veré relegada, como mis antepasadas, a engendrar, a sentir en mi vientre los movimientos líquidos, lentos y densos, de un ser creciente dentro de mí? ¿Podré tocar piedra y decir “Vive piedra” y hacer que la piedra viva? ¿Podré poner la mano en río y decir “Avanza río” y conseguir que las aguas fluyan sin sequía posible? ¿Podré traer al hombre de la camisa blanca de vuelta a este hogar y decir “Hombre, vuelve y permanece”, y lograr que me acune de nuevo entre sus brazos de largo caminante, sobre sus piernas de sagaz observador?
Estoy jugando a danzar entre las nubes y arañas de tierra seca. Estoy jugando a buscar entre las rocas azules tesoros de antiguas civilizaciones salvajes y crueles con los débiles. Estoy jugando a hallar en las uñas negras de mis dedos los restos de la tierra que penetro con las manos doloridas, sucias, y cada vez más hábiles. Dime, Oráculo. ¿Dónde están mis manos, blancas, capaces manos de acariciar los cabellos de aquel que llegó por el sendero abandonado hasta la casa que habitamos, mientras me mecía y me susurraba al oído canciones de un mar que no he visto? ¿Dónde están mis manos blancas mientras penetro la tierra con estos sucios y fríos dedos, que no sienten ya el rastro de la arena entre ellos?
Dime Oráculo, Ser de las Adivinaciones. ¿Es siempre la hoja marrón una hoja marchita, o puede ocurrir también, oh Oráculo, Ser de las Adivinaciones, que la hoja marrón crezca fuerte y fresca, carnosa y viva, como cualquier otra hoja verde, con ramificaciones blancas?
Yo... Lo sé. Tengo ese miserable aspecto del que va demandando cariño por las puertas. «Quiéreme un poco. Quiéreme un poco...» Los ojos nostálgicos hacia el coche que se aleja y la espalda estrecha que se detiene por última vez para decir adiós