España arriba España sigue siendo mi espejo.
30 años de paz.
En él siempre me miro.
Me encuentro cada día más joven, más dichoso.
No tengo edad, como los muertos.
Quieres decir que tienes
la misma edad que cuando nos mataste.
Eres un cementerio.
Por la gracia de Dios estoy en gracia.
Valle de los caídos.
Muertos.
Muertos.
Y muertos.
Archivador de muertos.
Coleccionista de muertos.
Museo de muertos.
No me remuerde en nada la conciencia.
Muertos.
Un tremendo vacío.
Un hoyo.
Un hervidero de sangre fusilada.
Aunque no he de morir el cielo me he ganado.
Muertos.
Sol y turistas y alegría y rey.
Vive España por mí.
Miradla.
Éste es mi reino.
Muertos.
Por la gracia de Dios gobierno España.
Soy mi mismo heredero.
Españoles, yo os traje la victoria.
Muertos.
Estamos sin enterrar.
Nos pisas todos los días.
En el barro de tus botas
se pegan todos tus muertos.
Crujimos bajo tus plantas
vivos, aunque vivos muertos.
En verdad somos tu espejo.
Soy el Mesías que esperaba España.
He aquí mi paz, los años prometidos.
Paz de los muertos.
30 años de paz.
Paz de los muertos.
Heridos.
Perdidos.
Quemados.
Llorados.
Hundidos.
Tundidos.
Vejados.
Muertos.
30 años de paz.
Paz de los muertos.
En verdad, esta España arriba España
sigue siendo mi espejo.
Muertos.
Muertos.
Muertos.
Pero los muertos,
los muertos,
los muertos
levantan,
levantan,
levantan la mano los muertos.
Lejos, allí, Machado,
allí sigue enterrado.
Un álamo escapado
del Duero le da vela.
Lo sigue allí velando.
Yo bien claro lo dije
y lo digo bien claro.
Yo no estoy con vosotros.
Mi mano
no bajó de mis labios
ni una sílaba sola
para cantaros.
Un día de Madrid
yo le escuché a Machado:
Mis pies ya no me sirven,
pero tengo los brazos…
Llovía muerte del cielo.
Madrid se desangraba
por los cuatro costados.
Luego, se fue…
Allí sigue
bajo la tierra hablando.
Ese que va a caballo,
ese que no llegó nunca hasta Córdoba,
ése eres tú.
Ese que va en el viento
bajo la luna negra, bajo la luna roja,
ése eres tú.
Esas cuatro palomas
que van volando heridas en sus sombras,
ésas son tú.
Asesinado por el cielo…
Dejaré crecer mis cabellos.
Con los animalitos de cabeza rota
y el agua harapienta de los pies secos.
Tropezando con mi rostro distinto de cada día.
Asesinado por el cielo.
Oigo una voz que grita: Federico.
Por sobre los tejados: Federico.
Por sobre los jardines: Federico.
Por las torres tronchadas: Federico.
Por las fuentes perdidas: Federico.
Por los montes helados: Federico.
Por los arroyos ciegos: Federico.
Por la tierra excavada: Federico.
– ¿Cómo, cómo fue?
– Así.
– ¡Déjame! ¿De esa manera?
– Sí.
El corazón salió solo.
– ¡Ay, ay de mí!
¡Federico!
Está en pie todavía.
Todavía
puede hablarse de él,
puede pintarse su impasible rostro,
su funeral, caído, yerto rostro de mármol,
porque sigue sumido allí, sumido
en una mar de sangre, allí plantado
delante del azogue sangriento de un espejo,
mirándose en su obra, contemplando
su arriba España triste, muerta España
comida de gusanos.
Carlo Quattrucci lo ha pintado en Roma.
Pudo pintarlo así, pudo pintarlo
ya que a los 30 años todavía
no han pasado los años.
No, no han pasado.