No han pasado los años, de Rafael Alberti | Poema

    Poema en español
    No han pasado los años

    España arriba España sigue siendo mi espejo. 
    30 años de paz. 
    En él siempre me miro. 
    Me encuentro cada día más joven, más dichoso. 
    No tengo edad, como los muertos. 

     
    Quieres decir que tienes 
    la misma edad que cuando nos mataste. 
    Eres un cementerio. 

    Por la gracia de Dios estoy en gracia. 
     
    Valle de los caídos. 
    Muertos. 
    Muertos. 
    Y muertos. 
    Archivador de muertos. 
    Coleccionista de muertos. 
    Museo de muertos. 

    No me remuerde en nada la conciencia. 
     
    Muertos. 
    Un tremendo vacío. 
    Un hoyo. 
    Un hervidero de sangre fusilada. 

    Aunque no he de morir el cielo me he ganado. 
     
    Muertos. 
    Sol y turistas y alegría y rey. 

    Vive España por mí. 
     
    Miradla. 
    Éste es mi reino. 

     
    Muertos. 

    Por la gracia de Dios gobierno España. 
    Soy mi mismo heredero. 
    Españoles, yo os traje la victoria. 

     
    Muertos. 
    Estamos sin enterrar. 
    Nos pisas todos los días. 
    En el barro de tus botas 
    se pegan todos tus muertos. 
    Crujimos bajo tus plantas 
    vivos, aunque vivos muertos. 
    En verdad somos tu espejo. 

    Soy el Mesías que esperaba España. 
    He aquí mi paz, los años prometidos. 

    Paz de los muertos. 
    30 años de paz. 
    Paz de los muertos. 
     
    Heridos. 
    Perdidos. 
    Quemados. 
    Llorados. 
    Hundidos. 
    Tundidos. 
    Vejados. 
    Muertos. 

    30 años de paz. 
    Paz de los muertos. 

    En verdad, esta España arriba España 
    sigue siendo mi espejo. 
     
    Muertos. 
    Muertos. 
    Muertos. 
    Pero los muertos, 
    los muertos, 
    los muertos 
    levantan, 
    levantan, 
    levantan la mano los muertos. 

    Lejos, allí, Machado, 
    allí sigue enterrado. 
    Un álamo escapado 
    del Duero le da vela. 
    Lo sigue allí velando. 
    Yo bien claro lo dije 
    y lo digo bien claro. 

    Yo no estoy con vosotros. 
    Mi mano 
    no bajó de mis labios 
    ni una sílaba sola 
    para cantaros. 
    Un día de Madrid 
    yo le escuché a Machado: 
    Mis pies ya no me sirven, 
    pero tengo los brazos… 

    Llovía muerte del cielo. 
    Madrid se desangraba 
    por los cuatro costados. 
    Luego, se fue… 
    Allí sigue 
    bajo la tierra hablando. 

    Ese que va a caballo, 
    ese que no llegó nunca hasta Córdoba, 
    ése eres tú. 
    Ese que va en el viento 
    bajo la luna negra, bajo la luna roja, 
    ése eres tú. 
    Esas cuatro palomas 
    que van volando heridas en sus sombras, 
    ésas son tú. 
    Asesinado por el cielo… 
    Dejaré crecer mis cabellos. 
    Con los animalitos de cabeza rota 
    y el agua harapienta de los pies secos. 
    Tropezando con mi rostro distinto de cada día. 
    Asesinado por el cielo. 

     
    Oigo una voz que grita: Federico. 
    Por sobre los tejados: Federico. 
    Por sobre los jardines: Federico. 
    Por las torres tronchadas: Federico. 
    Por las fuentes perdidas: Federico. 
    Por los montes helados: Federico. 
    Por los arroyos ciegos: Federico. 
    Por la tierra excavada: Federico. 

    – ¿Cómo, cómo fue? 
    – Así. 
    – ¡Déjame! ¿De esa manera? 
    – Sí. 
    El corazón salió solo. 
    – ¡Ay, ay de mí! 
    ¡Federico! 

    Está en pie todavía. 
    Todavía 
    puede hablarse de él, 
    puede pintarse su impasible rostro, 
    su funeral, caído, yerto rostro de mármol, 
    porque sigue sumido allí, sumido 
    en una mar de sangre, allí plantado 
    delante del azogue sangriento de un espejo, 
    mirándose en su obra, contemplando 
    su arriba España triste, muerta España 
    comida de gusanos. 
    Carlo Quattrucci lo ha pintado en Roma. 
    Pudo pintarlo así, pudo pintarlo 
    ya que a los 30 años todavía 
    no han pasado los años. 
    No, no han pasado.

    Rafael Alberti nació en 1902 en Puerto de Santa María, Cádiz. Publicó su primer libro de versos en 1925, Marinero en tierra, que Juan Ramón Jiménez prologó con una fraternal carta. En ella, Juan Ramón se confesaba compatriota de Alberti "por tierra, mar y cielo del oeste andaluz". Andalucía es la materia prima de su primer libro, con el que obtuvo el Premio Nacional de Literatura. El paisaje de la bahía de Cádiz, la tierra y el cielo andaluces y recuerdos de la infancia alimentan La amante (Canciones), publicado en 1926, asumiendo la apariencia de un manual de geografía lírica. Algunos críticos consideran tres fases en su obra: la primera de una raíz popular, fresca, graciosa y ágil; la segunda, un retorno a la tradición culta bajo el influjo de Góngora; y por último, un estilo en el que el humor es casi amargura, con innovaciones surrealistas y un depurado intelectualismo. A partir de 1931, sin pretenderlo, su obra cobra un cariz político. En 1976 regresa a España y es elegido al año siguiente diputado por Cádiz del Partido Comunista, cargo al que renunciaría para dedicarse a su obra. Recibió el Premio Cervantes en 1983. Falleció en Puerto de Santa María, Cádiz, en 1999.