Pasan las aguas por el cauce
y no terminan de pasar;
mas si de un agua no bebimos
nunca aquel agua tornará.
Y mientras corre el tiempo y llega
la hora feliz que imaginamos,
se va la vida, huyendo siempre,
cual se va el agua entre las manos...
Para morir es buena cualquier hora,
pues detrás de la espalda, a cada paso,
dejamos en el aire este vacío
de la ansiedad de una matriz frustrada.
Alguien vendrá a este hueco que nos pone
frío en los huesos,
que más pesados nos deja los huesos.
Porque ahí queda el vacío conformado
por los recuerdos que dejamos irse
—que se fueron volviendo la cabeza—;
y por el grito sofocado
con negra voluntad de infanticidio;
por esa mano que imploró tendida,
pulsando su armonía estupefacta;
por la ternura que no pudo
ablandarnos el rostro;
por los nudos deshechos con mordedura de ira;
por las horas baldías como lunas
a que una vez cerramos la ventana.
A la espalda este hueco... Donde llevan
sus alas los arcángeles,
llevamos este hueco sordamente,
zumbando sordamente.
Si una palabra allí os cayera, amigos,
guardaos bien de sus ecos
que en un instante el corazón destrozan.
Para morir es buena cualquier hora.
Para morir es buena cualquier hora,
porque si un día, si un buen día,
el pie desnudo toca en tierra,
hasta nuestra garganta, enjuta y ronca,
la tierra reptará con vientre verde.
Y esta la sangre turbia de las venas,
y estas quemaduras de los ojos,
y estas cenizas de cabellos áridos
sabrán entonces que en la tierra
existe una delicia húmeda y blanda.
Nos amenazará la fuga, entonces,
del más profundo sorbo.
Guardaos si en sueños, en la noche,
pasáis, quizás, por un jardín regado...
El filo de la luna os mondará los huesos.
Para morir es buena cualquier hora,
porque el tiempo se para mientras crece
la hierba o si se espera
un golpe sin remedio en el costado.
Porque se abre del tiempo la hendidura
de un vértigo a las doce...
Sin ser mañana todavía,
de un sonámbulo ayer se amputa el alma.
Cuando el cuerpo en el sol no tiene sombra,
cuando el compás nos desampara
súbitamente de una música,
cuando nos despeñamos en un sueño,
o, lúcidos, sabemos que nos busca
la claridad de un astro ya extinguido...
Si un momento, siquiera,
nos es Dios lo posible,
no bullid, no ajustéis su cuenta al pulso.
Al intentarlo palparéis sólo aire.
Para morir es buena cualquier hora.