De laurel, no de acero, con falda de campanas y cristales, la torre es un arquero cuyos leves puñales aun mojados de rosas son mortales.
El primero fue el río, lo mató una magnolia en primavera y se quedó vacío color de nieve y cera bendiciendo la mano que lo hiriera.
Más tarde fue la fuente del Alcázar Real la fenecida y cayó blandamente en su taza dormida igual que una paloma en vuelo herida.
Después fue la muralla, con su manto morisco y almenado, quien cayó en la batalla sangrando en el costado por un lirio galán y enamorado. Y las rejas floridas y la cruz de la plaza y la cancela, recibieron heridas del arquero que en vela en la Giralda es novio y centinela.
En Sevilla se muere con una muerte blanda y deseada, y el dardo que te hiere no es cuchillo ni espada, que es de flor y de sol la puñalada.
Yo mismo estoy herido por una rosa nueva y amarilla que del cielo ha caído dejando mi mejilla salpicada con sangre de Sevilla.
Sé que no tengo cura y no me quejo a nadie de mi suerte; mi herida es mi ventura y cuando caiga inerte bendeciré al amor que me da muerte.
Te espero al otro lado del puente antes de que den las doce. El pueblo estará dormido en lo alto de la torre -Cigüeña de cal al aire negro de la media noche-. mientras que el arroyo turbio adornado de faroles será novio de una adelfa
Eso de hablarnos de usté aunque estemos los dos solos, y que de usté a mí me digas, y yo de usté a ti te hable, tiene una gracia..., es tan nuevo, que rompe todos los moldes del 'tú por tú', tan gastado entre gente que se quiere.