De laurel, no de acero, con falda de campanas y cristales, la torre es un arquero cuyos leves puñales aun mojados de rosas son mortales.
El primero fue el río, lo mató una magnolia en primavera y se quedó vacío color de nieve y cera bendiciendo la mano que lo hiriera.
Más tarde fue la fuente del Alcázar Real la fenecida y cayó blandamente en su taza dormida igual que una paloma en vuelo herida.
Después fue la muralla, con su manto morisco y almenado, quien cayó en la batalla sangrando en el costado por un lirio galán y enamorado. Y las rejas floridas y la cruz de la plaza y la cancela, recibieron heridas del arquero que en vela en la Giralda es novio y centinela.
En Sevilla se muere con una muerte blanda y deseada, y el dardo que te hiere no es cuchillo ni espada, que es de flor y de sol la puñalada.
Yo mismo estoy herido por una rosa nueva y amarilla que del cielo ha caído dejando mi mejilla salpicada con sangre de Sevilla.
Sé que no tengo cura y no me quejo a nadie de mi suerte; mi herida es mi ventura y cuando caiga inerte bendeciré al amor que me da muerte.
Yo me acerqué hasta tu vera con miedo, ¿por qué negarlo?
En las sienes me latían cincuenta y dos desengaños; gris de paisaje en los ojos, risas sin sol en los labios, y el corazón jadeante como un pájaro cansado.
-¿De dónde vienes tan tarde? ¡Dime, di! ¿De dónde vienes? -Vengo de ver unos ojos verdes como el trigo verde. El sueño juega y se esconde en la plaza de mi frente; cabalgo por las ojeras de unos ojos en relieve. El cuarto se va llenando