Hubiera podido ser hermoso como un jacinto con tus ojos y tu boca y tu piel color de trigo, pero con un corazón grande y loco como el mío. Hubiera podido ir, las tardes de los domingos, de mi mano y de la tuya, con su traje de marino,
«Y me bendijo a mi mare; y me bendijo a mi mare. Diez séntimos le di a un pobre y me bendijo a mi mare. ¡Ay! qué limosna tan chiquita, qué recompensa tan grande. ¡Qué limosna tan chiquita, qué recompensa tan grande!»
va con un hombre 'la Lirio'. La tarde pone en sus ojos un barco de plata y vidrio, mientras que Cádiz se enciende a lo lejos como un cirio, en un altar encalado de torres en equilibrio.
Fue hacia la tercera luna cuando lo sintió en los centros. Estaba sobre la hierba, tumbada de cara al cielo -viendo la tarde morirse sobre sus ojos abiertos- cuando notó en la cintura como un pájaro pequeño, que aleteó por lo oscuro