La Petenera bailaba
en el café del Burrero...
Su bata de cola iba
derramándose en el suelo
como una fuente de lazos
y de encajes entreabiertos,
dejando un olor amargo
de almidón calenturiento.
La Petenera bailaba
cintura de nardo nuevo...
'Gabriel el de los Lunares',
la iba en el baile siguiendo
y el corazón le bailaba
sobre la tabla del pecho.
—¡Petenera de mis curpas,
por tu curpa yo me muero!
La noche se descolgaba
por un balcón de silencio,
embistiendo con la luna
el flanco de los luceros.
En el callejón del Agua
a Gabriel hallaron muerto;
en su garganta sin venas
había un cuchillo latiendo,
con un letrero en la hoja:
“Por tu “curpa” yo me muero”.
Cantaba la Petenera
con voz de limón moreno...
Un ruiseñor se subía
por ia mata de su pelo
y picaba los corales
de sus zarcillos plateros...
Don Juan José, el de Sanlúcar,
entre cañero y cañero,
bajo se traje de pana
iba sus ayes bebiendo.
—¡Petenera de mis carnes
sino de mi sino negro!
Dolores se desangraba
mesándose los cabellos,
en una copla terrible
que empañaba los espejos:
—¡Yo te quiero y tú me quieres
y no puede ser lo nuestro,
que entre tu casa y mi casa
yo tengo a mi amante muerto!
Dos marineros borrachos,
en sus brazos la cogieron
meciéndola en un columpio
de suspiros y humo denso.
—¡Petenera de mis carnes,
sino de mi sino negro!
Entre sábanas de hilo
y tisanas de romero,
don Juan José, el de Sanlúcar,
murió a llegar el invierno;
un ¡ay! de la Petenera
tenía clavado en el pecho.
La Petenera lloraba
en el café del Burrero;
sobre el mármol de la mesa
se deshojaba su pelo.
— ¡Malhaya sea, malhaya,
quien Petenera me ha puesto!
Al llegar la medianoche,
la Petenera se ha muerto.
Su voz seguía cantando
en el café del Burrero,
dentro de la bata blanca,
mortaja de sus lamentos.
Campanas no la doblaron,
ni la lloraron pañuelos,
ni tuvo quien por su alma
le rezara un padrenuestro.
¡Que está viva y no está viva,
porque de pena se ha muerto!