¡Ay, carne de destierro, ayer amante, reseca carne vieja y apagada, recuerdo ya del tiempo caminante, desierto de ilusión, rama tronchada, flor de la ausencia pálida y constante!
¿En dónde aquella luz de la mirada escondió su fulgor y su hermosura? Acaso boga ya, deshabitada, por un cielo lejano, dulce y pura, perdida, amor, herida y olvidada.
¡Ay, los pechos de nieve, casi vuelo, de suave vientecillo y de manzana, montecillos de amor, temblor de cielo!... Como mis flores muertas en la vana ausencia caen para buscar el suelo.
¿En dónde está la púrpura templada de aquellos labios de mojado fuego? Entró en ellos la noche despiadada y todo lo dejó desierto y ciego, todo destierro y sombra de la nada.
Se ha inundado mi cuerpo de un anhelo constante, ríos de espesa sombra circulan por mis sienes, un galopar me lleva, me arrastra no sé a dónde. Mi carne se ha poblado de mágicos corceles.
Mi sangre se me puebla de un ardor inefable y en las manos me laten incomprensibles pájaros, altas nubes oscuras, atormentados mares, cuando acerco a tus sienes rumorosas mis labios.
¡Ay, carne de destierro, ayer amante, reseca carne vieja y apagada, recuerdo ya del tiempo caminante, desierto de ilusión, rama tronchada, flor de la ausencia pálida y constante!