La hora de tinieblas, de Rafael Pombo | Poema

    Poema en español
    La hora de tinieblas

       I 


    ¡Oh, qué misterio espantoso 
    Es éste de la existencia! 
    ¡Revélame algo, conciencia! 
    ¡Háblame, Dios poderoso! 
    Hay no sé qué pavoroso 
    En el ser de nuestro ser. 
    ¿Por qué vine yo a nacer? 
    ¿Quién a padecer me obliga? 
    ¿Quién dió esa ley enemiga 
    De ser para padecer? 



       II 


    Si en la nada estaba yo 
    ¿Por qué salí de la nada 
    A execrar la hora menguada 
    En que mi vida empezó? 
    Y una vez que se cumplió 
    Ese prodigio funesto, 
    ¿Por qué el mismo que lo ha impuesto 
    De él no me viene a librar? 
    ¿Y he de tener que cargar 
    un bien contra el cual protesto? 



       III 


    ¡AIma! si vienes del Cielo, 
    Si allá viviste otra vida 
    Si eres imagen cumplida 
    Del Soberano Modelo 
    ¿Cómo has perdido en el suelo 
    La fe de tu original? 
    ¿Cómo en tu lengua inmortal 
    No explicas al hombre rudo 
    Este fatídico nudo, 
    Entre un Dios y un animal? 



       IV 


    O si es que antes no exististe, 
    Y al abrir del mundo al sol 
    Tú, divino girasol 
    Gemela del polvo fuiste, 
    ¿Qué crimen obrar pudiste? 
    ¿De, contra quién, cómo y cuándo, 
    Que estuviese a Dios clamando 
    Que al hondo valle en que estás 
    Surgieses tú, nada más 
    Que para expiarlo llorando? 



       V 


    Pues cuanto ha sido y será 
    De Dios reside en la mente, 
    Tanto infortunio presente 
    ¿No lo completaba ya? 
    Y ¿Por qué, si en él esta 
    Del bien la fuente suprema, 
    Lanzó esa voz o anatema 
    que hizo súbito existir 
    Un mundo en que oye gemir 
    Y un hombre que de el blasfema? 



       VI 


    ¿Cómo de un bien infinito 
    Surge un infinito mal, 
    De lo justo lo fatal, 
    De lo sabio lo fortuito? 
    ¿por qué está de Dios proscrito 
    El que antes no le ofendió, 
    Y por qué se le formó 
    Para enloquecerlo así 
    De un alma que dice sí 
    Y un cuerpo que dice no? 



       VII 


    ¿Por qué estoy en donde estoy 
    Con esta vida que tengo 
    Sin saber de dónde vengo, 
    sin saber a dónde voy; 
    Miserable como soy, 
    Perdido en la soledad 
    Con traidora libertad 
    E inteligencia engañosa, 
    Ciego a merced de horrorosa 
    Desatada tempestad? 



       VIII 


    Hoja arrancada al azar 
    De un libro desconocido 
    Ni fin ni empiezo he traído 
    Ni yo lo sé adivinar; 
    Hoy tal vez me oyen quejar 
    Remolineando al imperio 
    Del viento; en un cementerio 
    Mañana a podrirme iré, 
    Y entonces me llamaré 
    Lo mismo que hoy: ¡un misterio! 



       IX 


    De pronto así cual soñando 
    En alta mar sorda v fuerte 
    Entre la nada y la muerte 
    Me encuentro a oscuras bogando; 
    Sopla el tiempo, y ando, y ando, 
    Ignoro a dónde y por qué, 
    Y si interrogo a la fe 
    Y a la razón pido ayuda, 
    Una voz me dice «duda» 
    Y otra voz me dice «cree» 



       X 


    Con menos alma, quizás 
    Sólo la segunda oyera, 
    O con más alma, pudiera 
    No equivocarme jamás: 
    Entonces creyera más, 
    O al menos, dudara menos; 
    Pero, a malos como a buenos 
    Plugo al Señor conceder 
    Luz bastante para ver 
    Que estamos de sombras llenos. 



       XI 


    La debilidad por guía, 
    La tentación por camino, 
    ¿Es de virtud el destino 
    Que su bondad nos confía? 
    ¿Es fuerza que en lucha impía 
    Nos pruebe el Genio del mal 
    Para ir a un condicional 
    Anhelado Paraíso? 
    ¿Para ser bueno es preciso 
    Poder ser un criminal? 



       XII 


    Mas... ¡soy libre! y ¿para qué? 
    Para enrostrarme a mí mismo 
    EI caer a un hondo abismo 
    Que otro ha cavado a mi pie, 
    Y renegar de la fe, 
    Luz de mi infancia serena, 
    Y fiar a un grano de arena 
    La eternidad de mi ser, 
    Debiendo yo responder 
    De la creación ajena. 



       XIII 


    ¡Somos libres! ¡libertad 
    Que no deja ni el consuelo 
    De enrostrar el mal al Cielo 
    O a nuestra fatalidad! 
    ¡Libres... y la voluntad 
    Es plena para el deber! 
    Libres... y hay luz para ver 
    Lo que es crimen desear, 
    Y alma para delirar, 
    Y corazón para arder! 



       XIV 


    ¡Libres, cuando delincuentes 
    Desde el vientre maternal 
    Ya éramos siervos del mal 
    Y del dolor penitentes; 
    Y con cadenas ardientes 
    Al crimen de otro amarrados 
    Ya estábamos sentenciados 
    A purgarlo aquí por él 
    Y a extender para Luzbel 
    La siembra de los pecados! 



       XV 


    ¡Oh, Adán! ¿cuándo estuve en ti? 
    ¿Quién te dió mi alma y mi pecho? 
    ¿Quién te concedió el derecho 
    De que pecaras por mí? 
    Si en tu falta delinquí 
    Y en tu infición me condeno, 
    ¿por qué un Dios tan justo y bueno 
    No me lavó en la virtud 
    de otro Adán, y la salud 
    No me volvió en cuerpo ajeno? 



       XVI 


    Si en mis carnes heredé 
    La ponzoña de la suya, 
    ¡Que en las carnes arda y fluya! 
    Pero en el alma ¿por qué? 
    Si mi alma su alma no fue, 
    Si es chispa de Dios directa, 
    ¿Cómo de luz tan perfecta 
    Tan imperfecta salió? 
    Si Adán por Dios no pecó 
    ¿Cómo su infección la infecta? 



       XVII 


    ¡Absurdo! ¡no puede ser! 
    Y sin embargo es, y ha sido, 
    Y aquí lo siento, esculpido 
    En el fondo de mi ser, 
    Cual si otro Dios, Lucifer 
    Concurriese audaz con Dios 
    AI soplar dentro de nos 
    El vital celeste lampo 
    Y fuésemos luego el campo 
    Del batallar de los dos. 



       XVIII 


    ¡Esperanza que me engañas, 
    Tentación que me provocas 
    Pasiones que con mil bocas 
    Me desgarráis las entrañas 
    Ciencia que mi vista empañas, 
    Orgullo que atas mi oído. 
    Razón que sólo has servido 
    Para perder la razón...! 
    ...¡Ay! Contra tantos ¿qué son 
    Los que de polvo han nacido? 



       XIX 


    Dios que por prueba concitas 
    Enemigos qué vencer 
    Dáme armas, dame poder 
    Para la lid que suscitas. 
    Pero si el poder me quitas, 
    Libre renuncio a existir, 
    Pues no debo consentir 
    Que me hayas venido a echar 
    Esclavo para lidiar 
    Libre para sucumbir. 



       XX 


    Si dijiste: «A cada cual 
    El bien y el mal le propongo, 
    El escoja y yo dispongo», 
    ¿El hombre ha escogido el mal? 
    Escoge el reo el dogal 
    O unce el libre su cadena? 
    Si su ciencia, mala o buena, 
    Le basta para escoger, 
    ¿Él mismo ha venido a hacer 
    La elección que le condena? 



       XXI 


    Si libre siempre ha elegido 
    El hombre flaco y mortal, 
    ¿A elegir siempre su mal 
    Qué negro azar lo ha impelido? 
    Y si, una vez que ha caído 
    Libre alguna vez se vio, 
    ¿Cómo de nuevo tornó 
    De su pérdida al abismo, 
    Enemigo de sí mismo 
    Y del ser que lo 



       XXII 


    Si tu infinita bondad 
    Presidió a cuanto hay creado, 
    ¿Por qué le diste al pecado 
    Sombra de felicidad? 
    ¿Por qué de la adversidad 
    Hiciste hermano al delito? 
    ¡Ah! con verdad está escrito 
    Que cuando tu ángel bajó 
    Sólo un Lot, un justo, halló, 
    En la ciudad del maldito. 



       XXIII 


    Nula es mi sabiduría, 
    Pobre mi benevolencia 
    Pero si la Omnipotencia 
    Un instante fuese mía, 
    ¡No! yo no concebiría 
    Culpas de la criatura! 
    Santa, universal ventura, 
    Fuera un himno sin cesar 
    ¡De incienso para mi altar! 
    ¡De amor para mi hermosura! 



       XXIV 


    No así en la obra de aquél 
    Que desóyenos su nombre, 
    Cual si el tormento del hombre 
    No lo atormentara a él; 
    Cual si pudiera cruel 
    Ser también consigo mismo, 
    O suscitar el abismo 
    Do impele a su creación 
    Por dar lugar al perdón 
    Con que adula su egoísmo. 



       XXV 


    ¿Quién te hizo Dios? ¿Por qué, di 
    Cómo, dónde y cuándo vino 
    Privilegio tan leonino 
    A corresponderte a ti? 
    ¿Por qué no me tocó a mí 
    Ese poder de poderes? 
    ¡Ay! siendo lo que tú eres 
    No fuera el mundo cual es, 
    O aplastara con mis pies 
    Tan triste enjambre de seres. 



       XXVI 


    ¡He aquí el mundo que a tu acento 
    Vió la hermosa luz del día! 
    Si fuese mi obra, sería 
    Mi eterno remordimiento: 
    Fue un edén tu pensamiento, 
    Un infierno resultó, 
    Y al hombre que te burló 
    Y audaz tu imagen degrada 
    No lo vuelves a la nada 
    Cual lo devolviera yo. 



       XXVII 


    ¡Qué importa, oh sol, tu esplendor 
    Jugando en mil gayas lumbres 
    Desde las nevadas cumbres 
    Hasta la nítida flor! 
    ¡Que importan, noches de amor 
    Tus cariñosas estrellas...! 
    ¡Ah! tantas cosas tan bellas 
    Que provocando a llorar 
    Parecen hoy extrañar 
    Delicias que vieron ellas! 



       XXVIII 


    Del templo monumental 
    Siguen contando el portento 
    El fúlgido pavimento 
    Y el dombo etéreo, inmortal; 
    Mas donde un velo nupcial 
    Cubrió angélicos sonrojos, 
    Hoy nos ofenden los ojos 
    Ahuyentándonos infectos, 
    Abominables insectos 
    Que procrean entre abrojos. 



       XXIX 


    El palacio en que a reinar 
    El Creador nos convida, 
    Se tornó en prisión por vida 
    De aislamiento y de pesar. 
    De su excelso palomar 
    El alma inocente huyó: 
    atraída cuando vió 
    tu hermosura de la pampa, 
    Cayó aquí, como en la trampa 
    Que para el buitre se armó. 



       XXX 


    Lástima, lástima horrenda 
    Ver en tal desarmonía 
    Claro sol y alma sombría 
    El viviente y su vivienda. 
    Sentir la eterna contienda 
    Y el caos siniestro interior, 
    Cuando todo en derredor, 
    Todo, excepto el hombre infando, 
    Va en paz y en orden cantando 
    La gloria de su Hacedor. 



       XXXI 


    ¡Oh angustia! sentir por dentro 
    De este infernal laberinto 
    La espuela cruel de un instinto 
    De algo que busco y no encuentro, 
    Caverna odiosa, y al centro 
    Un ojo para mirarla, 
    Luz que en vez de iluminarla 
    Permite que se entrevean 
    Vampiros mil que aletean 
    Luchando por apagarla. 



       XXXII 


    ¿En dónde estás ¡oh verdad! 
    Oh rabia del alma mía, 
    Concierto de la anarquía, 
    Ley de la contrariedad, 
    Amor del odio, equidad 
    De tantas iniquidades, 
    Beldad de monstruosidades, 
    Tu razón, ¡oh Creador! 
    Para ver crimen y error 
    Sin que al surgir lo anonades? 



       XXXIII 


    ¿En dónde estás ¡oh hermosura! 
    Que de ti no más que el nombre 
    Diste a otro ser como el hombre, 
    De arcilla y de desventura; 
    Esa ingeniosa impostura 
    Que al tacto se disipó 
    y sólo acibar dejó, 
    Y el vivo rastro infelice 
    De otro eslabón que eternice 
    El llanto que le costó? 



       XXXIV 


    Pobre mujer,sea cual sea 
    Tu elevación o tu afrenta, 
    ¡Quién habrá que hombre se sienta 
    Y sin caridad te vea! 
    La más feliz se crea 
    Es mártir aún de sus dichas, 
    Y a las demás, entredichas 
    como sombras del festín, 
    No tocó ni el bien ruín 
    De desahogar sus desdichas. 



       XXXV 


    Gente... y más gente... y más gente 
    Pasa delante de mí, 
    ¡Oh! qué triste es ver así 
    La humanidad en torrente! 
    ignoro cual es su fuente 
    Y en qué mar se perderá; 
    Mas de cierto juro ya 
    Que en el ser de cada uno 
    El aguijón importuno 
    De la desventura va. 



       XXXVI 


    ¡Dardo que nunca se embota, 
    Elemento creador! 
    Inmenso pan de dolor, 
    Que la humanidad no agota, 
    Gaje fatal con que dota 
    La existencia a cada cual, 
    Genio insaciable del mal, 
    Demonio ¡sombra del hombre! 
    ¡Dí quién eres, dí tu nombre 
    Para maldecirte tal! 



       XXXVII 


    ¿Eres la serpiente horrenda 
    Que en su torva fantasía 
    Vió el escadinavo un día 
    Ciñendo el mundo tremenda? 
    Como con perpetuo delenda 
    Oigo su ronco silbar. 
    Y estrechando sin cesar 
    Sus férreos anillos duros, 
    ¡Hace en sus ejes seguros 
    Gemir el orbe y temblar! 



       XXXVIII 


    ¿No te basta el mundo? ¡Dí! 
    ¿Son pocos tantos millones 
    De infelices corazones 
    Engendrados para ti? 
    Supremo déspota aquí, 
    ¿Pasa de aquí tu poder? 
    Y aún no harto con hacer 
    De la existencia un infierno, 
    ¿Siempre que el hombre sea eterno, 
    Como él. eterno has de ser? 



       XXXIX 


    Un tiempo la idolatría 
    Preces y altares te alzó 
    Y al Dios del bien lo negó 
    Y en ti a Dios reconocía 
    Te palpaba, te tenía, 
    Mal, soberano iracundo 
    Cual si con desdén profundo 
    Dios de su obra avergonzado 
    Hubiera en tu pro abdicado 
    El triste imperio del mundo. 



       XL 


    ¡Ah! ¿qué no tiene el Señor? 
    Nunca agotarán sus manos 
    Sus oceanos de oceanos 
    De felicidad y amor; 
    ¡Venid! dijo el Creador, 
    «Que a mi banquete os convida 
    Mi largueza» Estremecida 
    Natura hirviente fundió, 
    Y el hombre nació... ¡y nació 
    Llorando el don de la vida! 



       XLI 


    Angeles creó para sí, 
    En el cielo y para el cielo, 
    Ellos no bajan al suelo 
    A perder el cielo aquí; 
    No tan dichoso, ¡ay de mí! 
    Ha sido el hombre creado: 
    Nace para ser tentado, 
    Vive en pugna y en error, 
    E hijo de un mismo Señor 
    El no es el predestinado. 



       XLII 


    Entre dolores naciendo, 
    Miseria y dolor mamando 
    Pecado y llanto mirando 
    Sin saber lo que está viendo: 
    En su fuente van vertiendo 
    Desde antes de la razón, 
    La vida la tentación, 
    La tentación el delito 
    Y con éste, Dios lo ha escrito 
    ¡Quizá la condenación! 



       XLIII 


    Fuente que de la montaña 
    Salió ernponzoñada ya, 
    En sus claras linfas va 
    Ponzoña por la campaña; 
    Envenena cuanto baña, 
    Corrómpese ella también, 
    ¿Y quién la depura? ¿quién 
    La vuelve a su manantial? 
    ¿Quién esa fuente del mal 
    Tornará fuente del bien? 



       XLIV 


    Y ¡ah! con balanza traidora 
    Dotóse a la criatura, 
    El mal lo palpa y lo apura, 
    El bien lo sueña... o lo llora: 
    Cuando uno es feliz lo ignora, 
    Cuando infeliz, bien lo prueba, 
    Parece que Dios nos lleva 
    Libro de cuentas extraño 
    Dándonos íntegro el daño, 
    Para que el bien se nos deba. 



       XLV 


    El mal es piedra que cae, 
    Niágara que se desprende; 
    El hombre no lo suspende. 
    Su propio ser se lo trae; 
    Parece que nos atrae, 
    Que él es nuestro fin preciso, 
    Y que de haber paraíso 
    Sobre este infierno, hacia él 
    Vamos contra una cruel 
    Ley que condenarnos quiso. 



       XLVI 


    La tempestad nos presenta 
    Sus iris por agasajo, 
    Un rayo de luz los trajo, 
    Otro rayo los ahuyenta; 
    Así en la eterna tormenta 
    De este infeliz corazón, 
    Si luce gaya ilusión 
    En el cielo del destino, 
    A una pulsación nos vino, 
    Y huye en otra pulsación. 



    XLVII 



    Siempre el mal va acompañado 
    De algo indeleble y eterno, 
    Y él tiene mas del infierno 
    Que del cielo al bien se ha dado: 
    El bien como que es prestado; 
    Mas ¡ay! bien propio es el mal. 
    Y aún las veces que el mortal 
    Fantástico lo delira, 
    Tiene su triste mentira 
    Más verdad que el bien real. 



    XLVIII 



    El recuerdo del placer 
    Es el dolor de su ausencia 
    Y nos duele en su presencia, 
    El tenerlo que perder. 
    Un bien que no ha de volver 
    Es un torrnento mayor, 
    Y a fin de que su rigor 
    No diese treguas al pecho, 
    Dios en el recuerdo ha hecho 
    La eternidad del dolor. 



       XLIX 


    Un bien nunca satisface 
    Mientras que el mal es sobrado 
    Y el mal hace desgraciado, 
    Pero un bien feliz no hace; 
    Y tan predispuesto nace 
    El hombre para el pesar, 
    Que imbécil para gozar 
    Y hábil para padecer, 
    Llora su propio placer 
    Cuando no halla qué llorar. 



       L 


    Duda y exasperación 
    Dejan los padecimientos, 
    Y tedio y remordimientos 
    Deja el goce al corazón. 
    Lágrimas a un tiempo son 
    De angustia y risa despojos, 
    Y cuando libres de enojos 
    Más inocentes reímos, 
    Bien nos dice que mentimos 
    El llanto que hay en Los ojos. 



    LI 



    Yo, mísero, ya nací 
    Crisálida de la nada, 
    Y no ha de ser revocada 
    La sentencia que cumplí. 
    Dispones, ¡oh mal! de mí 
    Y a evitarte nada alcanza 
    Armada de ti se avanza 
    La eternidad luego en pos 
    Y hay que dar eterno adiós 
    Al sueño de la esperanza. 



    LII 



    La vida es sueño -¡Callad, 
    Oh Calderón! estáis loco: 
    Hace veinte años que toco 
    Su abrumante realidad; 
    Yo te palpo ¡Iniquidad! 
    ¡Desgracia! no eres fingida. 
    Que si al placer dí acogida, 
    Un instante aquello fue; 
    Un instante en que olvidé 
    La realidad de la vida. 



    LIII 



    ¿La vida un sueño? ¡Qué sueño 
    Tan raro en su obstinación! 
    ¡Siempre el mismo! ¡Siempre Ixión 
    Volteando en su hórrido leño 
    Siempre en su bárbaro empeño 
    El demonio que llevamos! 
    ¡Ah! con razón despertamos 
    Con lívida faz que aterra, 
    Yertos, mordiendo la tierra 
    Que en frío sudor empapamos. 



    LIV 



    No es un sueño, es un delirio 
    Es pesadilla infernal 
    De un despierto, un criminal 
    Que envejece en el martirio. 
    En vano irónico cirio 
    Nos alumbra la razón: 
    Entrevemos salvación, 
    De dicha y paz hay asomo 
    Mas ¡ah! Los pies son de plomo 
    Y es Tántalo el corazón. 



    LV 



    Duelo y crimen sólo veo, 
    Duelo y crimen sólo aspiro, 
    Al mal un verdugo miro 
    Y al mundo un inmenso reo, 
    Despechado clamoreo 
    Oigo alzarse eternamente, 
    Y con hastío vehemente 
    Pasma la imaginación 
    Que esta sea la creación 
    De un Dios amante y clemente. 



    LVI 



    ¿Quién sino el genio del mal 
    Improvocado y sañudo 
    Revestirme el alma pudo 
    De carne flaca y mortal? 
    ¿Quién sino él a este raudal 
    De corrupción me trajera 
    A tornar en monstruo, en fiera, 
    Un ente ávido del bien 
    Digno sólo de un edén 
    Donde feliz ser debiera? 



    LVII 



    ¿Por qué, invisible sayón 
    Que llamo y no me respondes, 
    Lanzas el dardo y te escondes 
    A mi desesperación? 
    Estoy a tu discreción, 
    Invulnerable enemigo; 
    Sáciate, apúra el castigo, 
    Triunfa y goza en mi dolor 
    Mientras yo, vil gladiador, 
    Te saludo y te bendigo. 



    LVIII 



    «Ama, cree, sufre y espera», 
    Me dirá, «que aunque te espante 
    La vida, es sólo un instante 
    De probación pasajera» 
    ¡Señor! por corta que fuera 
    Fue sobrada para mí 
    Si el instante que viví 
    Bastó para condenarme, 
    Bastó para exasperarme, 
    ¡Hasta blasfemar de ti! 



    LIX 



    ¡Cómo es posible, Dios mío, 
    Que haya tantos, tantos tristes 
    Cuando tú, oh Señor, existes 
    Con tu inmenso poderío, 
    Y cuando de tu albedrío 
    Solamente a la intención 
    En lluvia de bendición 
    Sonreída a nuestro ruego 
    Volviera la vista al ciego 
    Y al demente la razón! 



    LX 



    Esta abdicación que has hecho 
    De tu excelsa voluntad 
    En mal de la humanidad, 
    Aunque intentada en provecho, 
    He aquí el correntoso estrecho 
    Y el escollo en que caí, 
    Y yo no puedo ¡ay de mí! 
    Juzgar de tu providencia 
    Sino con esta conciencia 
    Con que a juzgarme aprendí. 



       LXI 


    ¡Sabios funestos, callaos! 
    El caos físico ha cesado, 
    Pero el que lo hizo ha dejado 
    Al espíritu en un caos. 
    ¡Pobres hombres! revolcaos 
    Mintiendo felicidad; 
    Yo entre tanta oscuridad 
    Rebelde contra mi suerte, 
    Ansío deberle a la muerte, 
    O la nada o la verdad.